Educación inclusiva: un gran reto

María Eugenia Cano Aguirre
Directora de la Escuela Profesional de Educación – UCSP.

Para hablar de inclusión es necesario tener una idea de cómo el término ha ido evolucionando en el tiempo y cómo a partir de diferentes contextos y momentos históricos se ha ido teniendo múltiples concepciones alrededor de este tema, debido a que la mirada hacia la discapacidad tuvo una concepción distinta a la que tenemos hoy.

Percibimos cuatro etapas muy marcadas, tres de ellas serán la antesala a la inclusión. La primera será la exclusión, seguida de la segregación, la integración y finalmente la inclusión.

La exclusión es una etapa oscura en la humanidad. Los enfermos, los débiles, los que podían tener algún tipo de discapacidad, eran apartados de la sociedad haciendo que este sector de la población experimentara un fuerte rechazo del entorno y se sintiera inferior al resto.  En la segregación vemos a personas con discapacidad, aisladas en instituciones específicas, carentes de derechos, separadas de la sociedad y sin oportunidades. Con la integración, por ende, empezará un nuevo momento de cara a la concientización y la lucha por los derechos de las minorías discriminadas. Será un proceso activo en la búsqueda de trabajar para aquellos considerados como “diferentes”.  Finalmente, aparece la inclusión, término que surge por los años 90 y que se presenta como una nueva mirada hacia la discapacidad, donde la persona ya no debe adaptarse al contexto sino que es el contexto el que debe adecuarse a ella, promoviendo la equidad y la atención a la diversidad.

En ese sentido, una educación inclusiva será la que ofrezca un desarrollo integral y de calidad para cada uno de los estudiantes, generando igualdad de oportunidades educativas a través de una enseñanza orientada a atender sus necesidades en función de sus particularidades como seres humanos, adaptando el sistema educativo a ellos.

Es también importante destacar que un sistema educativo inclusivo es aquel que atiende a la diversidad, que se entiende desde la discapacidad sino a partir de las múltiples diferencias que tienen cada uno de los estudiantes que participan de ella: migrantes, extranjeros, que profesan otra fe, de otras razas, otras ideologías, es decir, todo ese cúmulo de riqueza cultural que puede estar presente en un mismo salón de clases.

El gran reto aquí es adecuar las metodologías educativas, tomar aquellas que busquen un desarrollo pedagógico que involucre a todos y cada uno de los estudiantes en aula, que les permitan ser más humanos, más conscientes del otro, más empáticos, que estén orientados a la práctica, al hacer, que no segreguen sino que generen comunidad, porque el desafío de alcanzar una sociedad más inclusiva se deberá trabajar desde la escuela, ya que si los niños aprenden a ser tolerantes, sensibles y respetuosos de los demás, este aprendizaje será llevado a casa, y cuando ellos crezcan serán ciudadanos más humanos, más cercanos, más empáticos.

Ya en nuestro país hay una proyección de cambio al haber incluido en el Currículo Nacional de la Educación Básica Regular, enfoques transversales orientados a trabajar la interculturalidad y la inclusión, así como el nuevo Proyecto Educativo Nacional (PEN) hacia el 2036, que incluye dentro de sus cuatro propósitos a la inclusión y la equidad, garantizando de esta manera que se tenga una repercusión a nivel nacional.

Trabajemos todos por una sociedad más inclusiva, donde no existan barreras ni culturales ni físicas ni políticas. Generemos un contexto más armónico, más sensible, más humano, donde el respeto por el otro sea parte del actuar cotidiano y no deba ser inculcado.  Es una tarea muy grande, sin embargo, si cada uno de nosotros, desde el rol que nos toca, generamos conciencia, veremos que poco a poco iremos construyendo una sociedad con igualdad de oportunidades, fundada en el respeto y la valoración de la diversidad, más humana, más inclusiva.

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