Alfie Evans y una promesa de padre

Renato Sumaria del Campo
Periodista

Hace algunos años, el pequeño hijo de un amigo padeció cáncer. Como muchos estábamos pendientes del caso, mi también colega decidió compartir estos desoladores momentos a través de su cuenta en una red social. De todos los escritos que pudo publicar, hubo uno que me pareció muy especial: “Te prometo, hijo, que saldremos de esta y volverás a casa en mis hombros”.

¿Qué certeza amparaba a este buen hombre para hacer tamaña promesa? Tal vez nada más que su fe. Y nada menos, por cierto. Este recuerdo vino a mi mente a partir del caso de Alfie Evans, el pequeño de 23 meses que se mantuvo en estado semivegetativo desde diciembre del 2016 —debido a una condición neurológica desconocida— y que falleció el 28 de abril de este año.

El pasado 10 de abril, el hospital Alder Hey de Liverpool (Inglaterra) ganó la demanda ante la justicia del Reino Unido que lo autorizaba a desconectar al menor de la línea de oxígeno que lo mantenía vivo, con el argumento que no había cura para él.

Ordenaron dejarlo morir por asfixia y, luego, por inanición. El encarnizamiento fue tal que ni la concesión de la nacionalidad italiana al pequeño ni el ofrecimiento de llevárselo por parte de los hospitales Bambino Gesú, de Roma, y del Instituto Neurológico Carlo Besta, de Milán, surtieron efecto. Los padres apelaron y no lograron nada.

Después de muchos reclamos, el hospital le devolvió a Alfie el oxígeno y la hidratación. El pequeño dio batalla y respiró por sus propios medios hasta por unas 72 horas desde que había sido desconectado. El hospital, entonces, inició un proceso de diálogo con los padres y advirtió de un posible “diagnóstico equivocado”. En eso estaban cuando Alfie murió.

Me guardo la rabia y recuerdo al amigo del que hablé al principio, y pienso que tal vez no hemos perdido a Alfie, sino que, más bien, lo tenemos gozando del cumplimiento de una promesa eterna. ¿Por qué creo esto? Porque Dios es padre y también sabe hacer promesas como esta: “Te prometo, hijo, que saldremos de esta y volverás a casa en mis hombros”. Y lo cargó hasta el cielo, donde ya no hay más dolor. Todo es amor para ti, pequeño guerrero.

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