Víctor Ramos Herrera
Profesor del Departamento de Educación de la Universidad Católica San Pablo
La inteligencia artificial reemplazará al maestro. Esta afirmación, evidentemente, puede generar tanto zozobra como irrisión, dependiendo de la cercanía o lejanía, del conocimiento o la ignorancia de esta peculiar realidad.
Lo cierto es que esta posibilidad interpela al hombre y su relación con lo que le rodea, especialmente al profesor, quien se encuentra en medio de un escenario con el libreto aprendido a medias; presionado por un contexto que lo impulsa a usar, entender y relacionarse con este nuevo actor que, aparentemente, sabe todos los papeles –especialmente el suyo– y los interpreta muy bien.
Si no lo hace, estará desfasado, incapacitado y, por lo tanto, como consecuencia de tan reprensible actitud, perderá su papel, será reemplazado.
Esta correría puede provocar el olvido y destrozo de palabras tan profundas como las escritas por Romano Guardini: “Todo […] tiene su carácter decisivo en que el ser humano es persona, lo mismo el educador que el educando”. ¿Qué implica esto?
Primero, que la persona es “única”, que cada ser humano tiene arraigado un valor inmutable, insustituible e irremplazable; tanto el maestro como el alumno gozan de un ser que los hace capaces de enfrentar la realidad desde una única identidad.
Segundo, es desde esa particular dignidad que la persona necesita un “tú”. La relación, la comunión, le son inherentes pues necesita de otros para su plena realización. Inger Enkvist nos dice: “[…] el maestro es para él –el alumno– una influencia moral e intelectual de primer orden. Por eso, incluso se podría decir que el maestro debe ser digno de admiración”.
La riqueza y la necesidad de esa relación nacen de la naturaleza de la persona –educador y educando– y no pueden más que cultivarse, protegerse y madurar en el misterio de lo que cada uno es.
Por eso, para quienes –indignamente– hemos sido llamados maestros, la celebración del 6 de julio se vuelve una ocasión urgente para hacer memoria: todo lo descrito tiene como origen la pedagogía del único Maestro, el Señor Jesús. Él es quien nos creó únicos, quien nos ama y nos invita a la comunión. Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” y es por Él –quien nos llamó– que, con débiles esfuerzos, servimos a la formación de tantos hombres y mujeres que Él ama y cuida, misteriosamente, igual que a nosotros.
Por eso, la inteligencia artificial nunca reemplazará al hombre. Educar tiene un carácter performativo que se realiza en el misterio de la caridad y la comunión. Es un don, un regalo, para el bien de la humanidad. Y por eso, con gozo podemos decir: ¡Feliz día, Maestro! Gracias por responder, asumir y perseverar en esta obra que tuvo un inicio, pero difícilmente tendrá un fin.
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