La parábola: lo que no debemos olvidar

El Perú puede ser un mejor país si nos unimos para ser, antes que todo, mejores personas.

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Sabemos que no terminará la corrupción. Sabemos que no se reducirá la violencia ni desaparecerá la amenaza del terrorismo reciclado y mutante que tenemos en el Vraem. Sabemos que con este deporte se mueve una maquinaria de billones de dólares con intereses honestos, deshonestos y oscuros, de todo tipo, que mezcla en su organización a hombres buenos, malos y truhanes de todo pelaje.

Sabemos que somos un país conflictivo con una clase política cada vez peor, una farándula necia y de mal gusto que realmente hace pensar si uno se puede tomar la política más en serio que un partido de fútbol. Sabemos, además, que hoy, después del empate, todos están dentro del carro alegórico de la selección. Hoy tenemos conversos a esta nueva fe, gente que no tiene la más remota idea de la lógica de este juego, comentando cosas que no entiende.

Sabemos también que el fútbol puede usarse como un poderoso psicosocial y una cortina de humo mientras sube la gasolina o se toman decisiones en medio de las tinieblas del cálculo político motivado por esa enferma autosuficiencia que el poder genera en los mediocres.

Pero también sabemos que el fútbol es de las pocas cosas que despiertan un sentimiento que llamamos Perú. Sabemos que se convierte en fiesta nacional y que la fiesta es algo muy importante en nuestra psicología sufrida y no pocas veces amarga y gris.

Parábola

Frente a Colombia y durante 90 minutos se paralizó el país para ver a 11 hombres vestidos de rojo y blanco colocar un balón en la red contraria. No se puede menospreciar la potencia del sentimiento colectivo, la memoria que genera, la concentración de fervor que se puede convertir en inspiración para muchos.

Pero más allá de todo eso, el empate nos deja una bella parábola. Dios no las hubiera usado si las parábolas no tuvieran una especial potencia para quedarse en la memoria de los hombres y atravesar los años para quedar allí como una herida en el corazón que en algún momento nos impulsa a hacer el bien, a ayudar al prójimo, a ser humildes o heroicos.

Un puñado de muchachos peruanos han desterrado vicios; han llorado y reído juntos; a gritos y abrazados en una cadena de amistad han cantado el himno; con los ojos húmedos por el recuerdo de sus pobrezas han gritado gol abriendo los brazos a una tribuna de gente exactamente igual a ellos, que juntando sus centavos fue a verlos a Quito, a Buenos Aires, a Santiago; compatriotas inmigrantes que como ellos sabían de privaciones, de humillaciones, de incertidumbre del futuro.

Como tú… como yo

Mirémoslos bien, lector, y mirémonos en ellos: son los de siempre, las mismas caras, la misma normalidad de muchachos de barrio, como un linaje futbolero en el que brilla el talento inverosímil de la gambeta que pasa por donde es imposible pasar, la velocidad mental del que, como Cueto, imagina a un compañero que se hace visible justo en el momento en que la pelota le llega al pie. Es un linaje, un ADN.

Como el paso gateado de nuestros famosos caballos, el futbolista peruano se crió en calles; en parques; en losas deportivas rodeadas de arena, heladas de niebla, congeladas al pie de nevados o robadas a duras penas de la frondosidad de la selva.

El arte miserable de la pichanga, de la guacha y el dibujo en la loseta, la cadera que se mueve al ritmo del cajón con los ecos del Zambo Cavero, una marinera o un huaino, el arte del gol visto que pasa entre dos ladrillos en la pista justo antes de que un carro interrumpa el partido.

Mirémoslos bien y mirémonos en ellos. Son como tú, como yo, como cualquiera en el Perú, raza mestiza, físico mediano, cara de DNI azul. Es el mismo talento de siempre, ese que llega al casi casi, al «uf», al «si entraba…», pero potenciado, ensamblado con orden, con disciplina, con solidaridad y sencillez de trabajo bien hecho. El talento se ha hecho eficaz y ha llegado a su madurez. Algo ha cambiado en el fútbol peruano.
Inspiración

Y, como si fuera una broma de Dios, algo va a cambiar en el Perú, por lo menos en ese Perú que tú y yo tenemos más a mano, ese que empieza en tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus amigos, tu barrio, tu provincia. Ese es el que va a mejorar con esta parábola.

Ganemos o perdamos frente a Nueva Zelanda, eso es lo que podemos cosechar: la inspiración para ser mejores y vencer día a día las injusticias de nuestro tamaño, las que nos tocan a los peruanos de a pie; hacer esas cositas pequeñas que hacen grande una vida: respetar la cola; recoger un papel de la calle; ayudar a cruzar a un ciego; dejar pasar a alguien en el tráfico; ser amable con quien te trata mal; abandonar el chisme, la malignidad, la manía de pensar mal; cambiar la envidia por la generosidad, el egoísmo por la magnanimidad. ¡Viva el Perú carajo!

Salir de la versión móvil