La historia de los indígenas que lucharon contra la República

La peruanidad está forjada por hechos poco valorados, como la rebelión de los iquichanos.

Manuel Ugarte Cornejo

Es 1827, seis años antes llegó la Corriente Libertadora del Sur, y José de San Martín proclamó la independencia, pero no todos los indígenas peruanos están contentos con la nueva política del régimen republicano, al que llaman “infame gobierno de la patria”.

Es por eso que entre las montañas y los desfiladeros andinos del valle de Huanta, en Ayacucho, se oye el desfile de batallones de indios armados, que arengan a su líder: “¡Navala Victoria!”, “¡Mamacha Rosario!”, y concentran su lucha contra este nuevo estado republicano, independiente y liberal.

Los iquichanos son un grupo de comuneros muy bien organizado en ‘guerrillas’ y ‘columnas de honderos’ con rifles, lanzas y hondas. Todos van uniformados. Al lado de la infantería está la caballería denominada Lanceros de Santiago.

Antonio Navala Huachaca comanda este ejército de indígenas, orgullosos herederos del Imperio incaico y del Imperio español, que —apoyados por mujeres y jóvenes— ven a la independencia y a la República como enemiga del pueblo y de su fe.

¿Por qué si “largo tiempo el peruano oprimido la ominosa cadena arrastró” —como dice nuestro himno nacional—, después del grito de libertad en Lima, Junín y Ayacucho todavía tantos indios en la sierra peruana preferían el gobierno de la Corona española?
La respuesta se encuentra en una emotiva carta escrita por el caudillo mestizo Navala Huachaca y dirigida al prefecto republicano:

Ustedes (los criollos republicanos) son más bien los usurpadores de la religión, de la Corona y del suelo patrio […] ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante tres años de vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros nos cargamos semejante tiranía.

Toma de Huanta

Es 12 de noviembre de 1827 y los iquichanos toman Huanta. Están bajo el mando del general Huachaca y el presbítero Mariano Meneses, “capellán del ejército iquichano”.
El plan es liberar Ayacucho, Huamanga y Huancavelica, y conseguir la “restauración del Reino, extirpando a los republicanos, proclamando un ideario contrarrevolucionario y antiliberal”.

Con ese objetivo, atacarán Ayacucho días después, pero serán superados por los morochucos y los andahuaylinos en la pampa de Arcos. La venganza de las tropas del gobierno independiente será toda una historia de saqueos que no respetó ni a la iglesia, de la que se robaron vasijas sagradas de plata, estatuas de ángeles, flecos de oro y plata.

Este ejército, conocido como los ‘Pacificadores’, según dice el historiador huantino Luis Cavero Bendezú, “fue mil veces más sangriento y cruel” que los iquichanos, porque “masacraron a los indígenas” y “fusilaron a los prisioneros”.

Fin del conflicto

En los siguientes diez años (1828-1838), las cumbres sur andinas se convirtieron en fortalezas de la resistencia de los iquichanos. Hasta que en 1839, se logró una salida negociada del conflicto. No hubo rendición por parte de los indígenas, sino un tratado de paz llamado Convenio de Yanallay, firmado entre el prefecto de Ayacucho y el jefe iquichano, Tadeo Chocce.

Fernán Altuve-Febres anota que “esos valiosos comuneros defendieron sus convicciones más allá del cumplimiento del deber, y su sacrificio les ha dado un lugar dentro de una visión plural de lo que es la peruanidad”.

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