Un tributo a las ‘cabecitas canas’ que nos dejaron

Tras la muerte de don Hugo Delgado Flores, un medallista en atletismo senior y de mi…

Don Hugo, con barba, siempre dejó en alto a Arequipa y al Perú a nivel mundial.

Rolando Vilca Begazo

Esta mañana se confirmó la muerte de Hugo Antonio Delgado Flores. Tenía 96 años y era psiquiatra de profesión. Además tuvo el honor de ser sobrino directo de Honorio Delgado Espinoza, nombre que lleva el hospital regional de Arequipa. 

Pero esta nota no es solo para recordar ese pasaje de su historia, sino para rememorar a aquel atleta senior que a los 85 años y representando al Perú, conquistó varias medallas de oro en competencias internacionales. Este logro lo repetiría años después, a los 91 años. 

Estas líneas sirven también para rendir tributo a todas aquellas ‘cabecitas canas’ que nos dejaron en este contexto de pandemia. Aquellos abuelos, abuelas, bisabuelos o bisabuelas, o como simplemente les llamábamos en vida: papá o mamá, porque eso fueron y nunca dejaron de serlo.

A don Hugo Delgado, lo conocimos hace 11 años atrás; en agosto del 2009, luego de enterarnos que había ganado tres medallas de oro y una de plata, en la última edición del Campeonato Mundial de Atletismo Máster, realizado en Finlandia entre el 28 de julio y 8 de agosto de ese año. Parte de lo que nos contó en su casa fue escrito en la edición 35 de Encuentro.

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A mi abuela o simplemente mamá Brígida, la conocí de muy niño. Tal vez el primer recuerdo que me viene a la memoria es cuando a los 5 o 6 años, y en un viaje que hicimos junto a mi madre y hermanas hasta su pueblo natal, me enfermé. Según mi madre fue de un antojo, pero mamá Brígida junto a papá Lucio (su esposo) supieron curarme con una tuna. Sí, esa fruta cubierta de pequeñas espinas. Para no creerlo. 

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Don Hugo nos contó que tuvo que cumplir 65 años para decidirse a dejar el cigarro y empezar a practicar el atletismo. Todo empezó al experimentar ese extraño deseo de competir y el gozo de alcanzar el primer lugar. De esta forma dio un giro a su vida y años después, obtendría el reconocimiento internacional.

En el campeonato de Finlandia se inscribió en cuatro pruebas y en todas figuró en el cuadro medallero. En 200 metros planos, 80 metros planos y 400 metros con vallas, ganó medalla de oro, y en los 100 metros planos, logró una presea de plata.

Como anécdota de ese torneo, le quedó el recuerdo de haberle ganado —por fin— al americano Melvin Larsen, quien en las últimas competiciones mundiales, lo relegaba al segundo lugar en la prueba de 100 metros planos. Sin embargo, se descuidó del puertorriqueño José Ubarri Perozo, que al final se impuso y obtuvo la medalla de oro.

“Yo me preocupaba por el americano que tenía mi lado derecho, pero jamás me iba a imaginar que por el lado izquierdo aparecería otro competidor, al que incluso ayudamos para que sea admitido en la prueba porque se registró fuera del tiempo”, nos contó con una sonrisa en su rostro, en esa ocasión.

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Otra anécdota que recuerdo de mamá Brígida, fue cuando —una vez más en su Ayo querido (distrito de la provincia de Castilla en Arequipa)— junto a mis primos-hermanos nos impuso el ‘castigo’ de bailar en la casa, antes de salir a una fiesta organizada por un club deportivo. Tendría 12 años y ya nos dominaba la emoción de compartir esas fiestas juveniles.

Meses atrás, en una de nuestras últimas conversaciones, entristecía al saberse lejos de su tierra y alejada de sus cosas —casa y terrenos—. Añoraba volver pronto. “Para morir allí tranquila”, nos decía.

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Don Hugo Delgado, nació el 9 de junio de 1924, en la casa que existía donde ahora está instalado el Museo Municipal en la Plaza San Francisco, al costado del Fundo El Fierro, que en esa época era la cárcel de Arequipa. 

Después de estudiar primaria en el colegio San Francisco y los dos primeros años de secundaria en el colegio Independencia Americana, enrumbó junto a sus padres a Lima. Allí estudió en la facultad de Medicina San Fernando y se graduó como psiquiatra.

Durante sus clases teóricas y prácticas, el joven Hugo Delgado soportó la presión continua de sus profesores, por ser el sobrino directo del médico psiquiatra, filósofo, biólogo y lingüista, Honorio Delgado Espinoza (el padre de don Hugo fue su hermano).

“Tenía ‘honoritis’ crónica, porque mis profesores me exigían más”, recordaba, en agosto del 2009. Años más tarde y después de trabajar en el hospital Larco Herrera, en Lima, postuló a una plaza de psiquiatría en el hospital general de Arequipa y así regresó a su tierra natal.

Don Hugo, también fue docente universitario, promotor del Centro de Salud Mental Moisés Heresi, regidor de la Municipalidad Provincial de Arequipa durante la alcaldía de José Velarde Soto y teniente alcalde en la gestión de Fernando Ramírez Alfaro.

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Mamá Brígida nació el 8 de octubre de 1927. Fue la menor de seis hermanas. Todas ellas longevas. Y según cuenta la historia familiar, no conoció a su madre. Ella falleció a los pocos días después de su nacimiento.

Tal vez esa ausencia materna la hizo un poco dura con algunos de sus hijos. Aunque con sus nietos y biznietos, volcaba siempre su cariño y ternura. Hay mucho más para contar, pero eso se queda en el recuerdo familiar. 

Al final de sus días, no veía bien, pero reconocía la voz de cada uno de nosotros.

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Sí hubo algo que caracterizó a don Hugo, fue su permanente insatisfacción. “Siempre me quedo hambriento en todo lo que hago. En el deporte, en la alimentación, en la lectura, en fin, en todo… y eso me motiva cada día”, nos dijo en aquella oportunidad.

Para don Hugo, el deporte complementaba su vida y permanentemente agradeció a Dios por todo lo que había conseguido. Así se fue y ahora lo recordamos como era: jovial, de trato amable, de rostro sereno y seguro. Que usó al deporte, y al atletismo en particular, como su mejor antídoto contra el síndrome de la vejez y el olvido de la sociedad. Hasta pronto don Hugo.

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Hace dos días atrás, mamá Brígida, fue enterrada en su pueblo natal. Uno de sus nietos, mi primo Dennis, se encargó de acompañarla desde Arequipa hasta su morada final. 

Ahora descansa a lado de papá Lucio, su esposo. Ese es el mejor consuelo que tenemos en estos momentos de dolor… Lo siento mucho mamá, perdónanos por no despedirte como lo merecías… 

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Si hay algo que nos deja esta pandemia es esta dolorosa sensibilidad por ver partir a nuestros amigos y familiares. Algunos por el impacto directo de la infección, y otros como mamá Brígida y otras ‘cabecitas canas’, porque las fuerzas ya no les acompañaron o porque este confinamiento los entristeció al extremo de quitarles las ganas de vivir.

Aunque suene a reclamo, si aún tienes en vida a tus padres, abuelos y bisabuelos, no dejes de cuidarlos, y sobre todo, de expresar lo mucho que te importan. Hoy más que nunca su salud depende de nosotros.

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