Principios de un debate sano

Manuel Rodríguez Canales

Siguiendo con esta especie de ciclo interrumpido sobre política y gobierno, y un poco decepcionado por la coyuntura actual, se me ocurrió decir algunas cosas sobre el debate.
No confunda su ego con su causa.

Racionalizar no es lo mismo que razonar. En el primer caso, la razón se somete con toda su dignidad a las pasiones o los cálculos de poder; en el segundo caso es al revés: las pasiones se ponen al servicio de la razón para buscar la verdad.

Debatir es un ejercicio de razón, no uno de racionalización. No hable de algo que no crea honestamente verdadero. Tenga en cuenta sin embargo la provisionalidad de la versión de la verdad que defiende, justamente por eso es que se debate.

Jamás responda a un insulto con otro, el único que gana es el insulto que se hace más grande y cae sobre ambos ofensores. Nunca se ofenda aunque lo ofendan.
Nada auténtico se improvisa: infórmese, prepárese pero no calcule demasiado, lo que usted es y sus hábitos cotidianos se ven mucho más que lo que usted dice y eso no se inventa minutos antes de entrar al debate.

No parafrasee a su interlocutor a no ser que lo haga lo más fielmente posible. Jamás distorsione voluntariamente el mensaje del interlocutor. Y si lo hace involuntariamente pida perdón. Evite el histrionismo, la victimización y la sátira. Son tentaciones constantes, son efectistas y generan aplausos pero no adhesión a la verdad. Todo halago a su vanidad es en el fondo una traición a usted mismo.

Lo que más importa de un debate es la verdad, si ella sale a luz, todos habrán ganado. No se trata de vencer a un oponente sino de servir a la verdad para que el público la ame más que a la mentira, la componenda y la astucia imprudente.

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