PPK y Keiko: los dos quieren

Renato Sumaria del Campo
Director del quincenario Encuentro

Hace poco, en su columna de opinión en un diario de circulación nacional, Patricia del Río usó la metáfora del divorcio para referirse a la tensa relación entre Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y Keiko Fujimori. Dijo la periodista que ambos personajes son como marido y mujer enfrascados en un tenso proceso de separación que tiene como principales afectados a los hijos, que somos todos los peruanos.

La comparación me pareció un tanto caprichosa y precisaría, usando la misma lógica metafórica, que PPK y Keiko se parecen más bien a dos chicos que creen odiarse pero que todos en el salón imaginamos de enamorados.

Él, tímido, la coquetea. Ella, altanera, lo rechaza pero no lo ignora, tanto así que hasta le hace la vida imposible. Dicen que no se quieren, pero es obvio que a uno le importa el otro. Y está bastante claro, también, que tienen que terminar juntos.

Este es uno de esos amores posibles a partir del enojo de saberse complementario y necesitado el uno del otro. Y que son imprescindibles en la historia, porque imagine sino, amable lector, en dónde puede terminar el Perú con esta guerra de caprichos.

Entonces, para vencer la tibieza con la que se ha acercado a Keiko, PPK podría motivarse con algunas preguntas: ¿puede el Gobierno llegar al 2021 con 16 congresistas, sin alianzas políticas y tan solo con un discurso técnico bajo el brazo?; si el Ejecutivo necesita generar respaldo a sus decisiones a través de bases populares y solidez parlamentaria, ¿quién sino la bancada naranja para ayudarlo?; por último, ¿qué pasaría con la gobernabilidad si el fujimorismo extiende su aplastante resultado de las elecciones parlamentarias a las elecciones municipales y regionales del 2018?

Por otro lado, Keiko podría —de buena gana— aceptar la idea de que un mal gobierno tecnocrático de derecha le abriría la posibilidad de alcanzar la presidencia en el 2021 a un populismo radical que podría no ser el fujimorismo. Y si ese fuese el escenario, el personaje ideal para combatir una avanzada revanchista nacida de la extrema izquierda no es ella, sino su hermano Kenji.

Tal vez, en todo caso, ambos necesiten mejores alcahuetes para iniciar una relación. Porque, aunque muy pocos lo quieran aceptar, una alianza entre el fujimorismo y el oficialismo es lo más sensato que puede ocurrir a estas alturas de la democracia. La peor consecuencia que tendríamos sería que algunos amigos caviares terminarían políticamente escaldados, pero eso, lejos de ser problemático, suena hasta divertido.

Salir de la versión móvil