Peter Pan y Jesucristo

No tengo nada contra la fantasía infantil, ni siquiera contra la fantasía en sí misma, es más no pocas veces he sobrevivido gracias a ella y al buen humor que la suele acompañar. Nada mientras se la reconozca como tal y no se tuerza la realidad que para ser justos es mucho más interesante y rica que la fantasía que solo la refleja. Mi tesis es la siguiente: la fantasía debe ayudarnos a comprender la realidad no a huir de ella.

El título viene a cuento porque he visto una enésima versión de Peter Pan que se “estrena” en estos días. Y la verdad ya me había cansado de este cuento. Peter Pan es como un ícono meloso de eterna niñez que se repite como una cantaleta para convertirse en un “cliché” bastante vendedor pero falso y probablemente vendedor por falso.
La idea del niño que nunca crece es en verdad una monstruosidad.

Los niños deben crecer, de lo contrario su infancia se pudre. Peter Pan tiene todas las características de alguna anomalía psicológica: no recordar sus propias aventuras para seguir siendo niño, vivir volando en base a pensamientos maravillosos y polvo de estrellas, pelear una batalla imaginaria y vivir con unos niños perdidos que no conservan nada de orden ni limpieza, como si ambas cosas fueran una maldición y no una poderosa ayuda para ser buena persona. No en vano ya se acuñó en psicología el “síndrome de Peter Pan” para referirse a hombres que no quieren crecer.

Cuando Jesucristo nos pide que seamos como niños dice algo muy diferente porque se refiere a la realidad de ser hijos de Dios y confiar en Él, no a una fantasía de una infancia eterna. Más bien nuestro Señor señala esa infancia cristiana, esa semilla de confianza filial en el corazón como la auténtica madurez de saberse necesitado del amor de Dios y servir por ello a los hermanos.

Me perdonen las mamás con hijos pequeños a los que les gusta Peter Pan. Repito: no tengo nada contra los dibujos animados ni me meto en teorías de conspiración como si el duende verde ese fuera un invento diabólico de la masonería, la judería o alguna otra tía; ni recomiendo que no se vea ni nada. Sólo distingo y ladro desde mi propia infancia contra un cuento que nunca me gustó y ahora tengo una idea un poco más clara de porqué.

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