Paz en Bolivia

Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo

Con el 54 % de los votos, Rodrigo Paz se convirtió en el nuevo presidente de Bolivia. Su victoria marca el inicio de un ciclo político que busca romper con dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) mediante un “capitalismo para todos”: un giro ideológico profundo y arriesgado.

El nuevo mandatario hereda un país exhausto. La deuda pública roza el 95 % del PBI; la inflación acumulada a septiembre alcanza el 23,3 %; el déficit fiscal bordea el 9 % del PBI, y la balanza comercial muestra un rojo de 580 millones de dólares. La escasez de divisas ha paralizado incluso la importación de combustibles, generando largas filas en las estaciones de servicio y malestar ciudadano. Es, en términos económicos, un campo minado.

Sin embargo, a diferencia de Javier Milei en Argentina, Paz no enfrentará un Congreso hostil. Las elecciones legislativas le fueron favorables: el Partido Demócrata Cristiano (PDC), por el que postuló, se convirtió en la primera fuerza tanto en el Senado —con 16 de los 36 escaños— como en la Cámara de Diputados —con 49 de 130—. Si a ello se suma el respaldo de la Alianza Unidad, de Samuel Doria Medina, Paz contaría con mayoría calificada en ambas cámaras, una ventaja poco común en la región.

Ese capital político le permitirá avanzar con rapidez en un programa de reformas que, inevitablemente, incluirá ajustes fiscales, apertura comercial y renegociación de la deuda. El viraje no será solo económico, sino también diplomático, poniendo fin a un aislacionismo de 20 años.

El desafío inmediato será mantener la estabilidad social. La sombra de Evo Morales aún pesa sobre la política nacional, especialmente ante los procesos judiciales que enfrenta por presuntos delitos contra menores. Además, el control del movimiento cocalero —núcleo duro del MAS— podría convertirse en el primer gran test del nuevo gobierno.

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