Optimista, pesimista, realista

Jessica Llerena Chávez
Jefa del Centro de Liderazgo de la UCSP

Este año tuve la oportunidad de dictar clases de liderazgo a diferentes grupos de personas y siempre dedicaba una sesión completa a hablar de la adaptación al cambio y otra a analizar el término “resiliencia” y la capacidad de levantarnos ante las caídas que pudiéramos experimentar. En medio de todas estas sesiones me encontraba con un tema recurrente: la importancia de entender de qué se trata eso de ser positivos y optimistas.

Una primera aclaración: tener una actitud positiva o ser optimista no tiene nada que ver con un “positivismo tóxico”, como me dijo una alumna de postgrado. Entender esto es fundamental porque nos acerca al meollo del asunto. El punto de partida de una actitud positiva no es la sonrisa fácil que intenta ocultar tristeza, agotamiento, irritabilidad o agobio (sensaciones muy humanas todas). Ser positivos, más bien, nos inclina a ver el lado favorable de las cosas pero sin desfigurar la realidad.

Sobre esto último cabe una reflexión. 

Existe cierta inclinación que lleva a muchas personas a creer que ser “realistas” es enfocar constantemente los puntos negativos de otra persona, del equipo de trabajo, del entorno, etc. Esta mirada es siempre parcial y reductiva cuando no trasciende la sola identificación de los errores. ¿Cuál es la salida? Algunos creen que una situación así se resuelve con frases bonitas como las ya famosas “sí se puede” o “querer es poder” identificándolas falsamente con el optimismo. El resultado de ese ejercicio no será otro que la frustración, por más esfuerzo que se ponga en el camino. 

Para ser una persona optimista es importante analizar con detenimiento la realidad y hacer un diagnóstico sobre ella. Esto implica, irrenunciablemente, mirarnos a nosotros mismos y a las personas de nuestro entorno. Solo en base a ello podremos generar nuevos objetivos que nos impulsen a alcanzar aquel nuevo reto que nos estamos planteando. Y aquí encaja la frase de William Arthur Ward: “El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”. De lo que se trata, finalmente, es no dejar de afrontar la vida con esperanza, voluntad, pasión e ilusión. 

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