Navidad: fiesta de la libertad

Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

“Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que somos hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo, y sí hijo también heredero por voluntad de Dios” (Gal 4,4-7).

Con estas palabras el apóstol san Pablo nos transmite el sentido de la Navidad. Dios envía desde el cielo a su Hijo y lo hace a través de una mujer, la Virgen María, para rescatarnos de la esclavitud de la ley y darnos a cambio el Espíritu Santo por el cual somos constituidos hijos de Dios y herederos del Reino de los Cielos.

Todos los seres humanos nacemos esclavos a causa del pecado original cometido por nuestros primeros padres, que nos es transmitido por herencia en el mismo momento en que somos concebidos.

San Pablo expresa muy bien esa situación de esclavitud al poder del pecado, cuando dice: “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. Probablemente todos tenemos la misma experiencia de habernos propuesto no cometer ciertos actos que sabemos que no son buenos y, por más esfuerzos que hayamos hecho, nos hemos encontrado con que volvemos a cometerlos. Esta es la esclavitud a la ley: queremos cumplir la ley moral con nuestras solas fuerzas y terminamos frustrados, como esclavos que no pueden hacer lo que desean sino lo que otro, su amo, les manda hacer.

A nadie le gusta ser esclavo; por eso, mientras uno no es verdaderamente libre no puede vivir en plenitud, porque alguna raíz de insatisfacción le impide ser del todo feliz. La Navidad es la respuesta de Dios a la situación de esclavitud del hombre, situación que, aunque nos cueste aceptarlo, es real y marca nuestro ser y nuestro quehacer.

El nombre Jesús significa “Dios salva” y lo que celebramos en la Navidad es justamente el nacimiento de nuestro Salvador. No celebramos solo un acontecimiento sucedido hace más de veinte siglos, sino que hoy, en esta Navidad, Jesús viene a salvarnos de la esclavitud de la ley que nos impide ser felices. El Niño de Belén es el mismo Dios que viene a cargar con nuestros pecados y a darnos a cambio su Espíritu Santo que es el único capaz de transformarnos y hacernos capaces de realizar ese bien que, en el fondo, todos queremos: amar de verdad, gratuitamente y sin condiciones. Amar como Dios.

En Navidad, Jesús nace de mujer para hacernos nacer de Dios. Asume nuestra naturaleza humana para que podamos participar de su naturaleza divina. Esto no es una mera fórmula o un buen deseo. Es una realidad. Independientemente de la situación en la que cada uno se encuentre, si realmente lo desea es posible que Jesús, el amor encarnado, habite en él. ¿Cómo? Por obra y gracia del Espíritu Santo, porque para Dios no hay nada imposible. Si todavía no lo hemos hecho, aún estamos a tiempo de abrir la puerta de nuestro corazón, es decir de lo profundo de nuestro ser, a Jesús, para que, desde dentro de nosotros, nos libere de la esclavitud de la ley del pecado y nos haga hijos de Dios, libres de verdad.

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