Los racistas andan sueltos en Facebook

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

El excandidato a la alcaldía provincial, Luis Ernesto Cáceres Angulo, escribió hace unos días en su cuenta de Facebook: “Lo que afecta dramáticamente a Arequipa es la migración desenfrenada que hiere su cultura y tradición”. Y aunque luego borró el post, el tiempo que este estuvo publicado sirvió para ver pasar el más rancio racismo seudoregionalista que aún se respira en esta tierra bonita llamada Arequipa.

Un tal Alejandro de Romaña, por ejemplo, comentó el escrito de Cáceres Angulo así: “No se puede hacer nada, por cada blanco y criollo que nace vienen al Perú 30 aimaras con sus costumbres y resentimientos bajo el brazo”.

La usuaria Elsita de Rivero asintió: “Muy cierto”. Y abajo, De Romaña remató: “No hay solución con esa gente, ni ayer ni hoy ni mañana, es una raza de mierda, así de simple, craso error de los españoles no exterminarla […] hoy en día la primera y única reservación de blancos en Sur América (sic) está en Arequipa, y se llama Challapampa”.
Lejos de moderar el tono, Cáceres Angulo festejó el racismo de su amigo alabando el cierre de su comentario: “Ja, Ja. La coronaste, Aleco”.

Comentarios como estos tienen como punto de partida la idea de una supuesta superioridad cultural del ‘arequipeño nato’ con respecto al ‘arequipeño hijo de migrante’ o al migrante como tal. Desde allí se concluye que los problemas de suciedad y desorden que padece la ciudad son culpa exclusiva de quienes provienen de otras ciudades.

No pretendo analizar el árbol genealógico de los comentaristas aquí citados ni mucho menos generalizar su comportamiento como seres humanos a partir de las sonseras que escriben en Facebook. Sí vale la pena, sin embargo, anotar que este racismo con rasgos chauvinistas constituye una fractura social, grave y dolorosa, que impide el desarrollo regional al que todos aspiramos.

Peor aún, todo indica que quienes menosprecian al forastero han dejado pasar varios años de ciudad durmiendo parejo en los brazos del crecimiento económico del que se vieron beneficiados. Hoy, que parecen haber despertado, no solo se asustan de los colores que matizan el rostro actual de Arequipa, sino que intentan invocar una identidad que jamás se preocuparon por conocer a profundidad y mucho menos por difundir para integrar al migrante en lugar de excluirlo.

Eso sí, mantienen un espíritu orgulloso y telúrico que, al no tener soporte intelectual, deviene inevitablemente en violencia verbal y agresividad injustificada hacia quienes eligieron nuestra tierra para hacer sus vidas.

Por eso urge una nueva reflexión en torno a eso que se conoce como identidad arequipeña, hoy rodeada por costumbres y tradiciones traídas por gentes de otras regiones pero amparada en un valioso patrimonio permanente que es, entre tantas cosas, mestizo, religioso y auténticamente cívico.

Esta identidad arequipeña ha ido configurando una forma de vida particular que se expresa en ciudadanos más bien integradores, creyentes y revolucionarios en pos de la verdadera justicia antes que del barullo violentista.

Un consejo final a don Luis Ernesto y sus amigos: valdría la pena que recorran los exteriores del monasterio de Santa Catalina un sábado por la noche y tomen nota de la gran cantidad de arequipeños natos que orinan, ebrios, las paredes de ese hermoso monumento.

Cuando lo hagan —si lo hacen— les mandan saludos de mi parte a los policías, los serenos y los trabajadores de limpieza, muchos de ellos hijos de migrantes, que luchan por defender nuestro patrimonio mientras ustedes los insultan en Facebook.

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