Líbano

Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo

El ataque aéreo y posterior incursión terrestre israelí al Líbano es una tragedia. No es fácil determinar con claridad cuáles serán las consecuencias de esta escalada que promete ponerle fin a los principales enemigos declarados de Israel, Hamas –al cual ha buscado diezmar en la Franja de Gaza– y Hezbollah –el grupo terrorista chií asentado en el sur del Líbano– que cuenta con financiación iraní.

Este escalamiento se puede comprender desde dos ángulos que son complementarios, por parte de Israel mantener la ofensiva y la promesa de alcanzar una victoria militar aplastante le da aire al desgastado gobierno de Benjamín Netanyahu. Por otro lado, Israel ha medido las posibilidades efectivas de la respuesta militar iraní ante la ofensiva militar, corroborando que el régimen de los ayatolás no está en capacidad de poner en riesgo su seguridad nacional.

Después de que hace una semana el ejército israelí diera de baja a Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, con un ataque aéreo en Beirut, el pasado 1 de octubre Irán lanzó como respuesta 180 misiles balísticos contra Israel, cuyos impactos no generaron algún tipo de daño considerable. Se repitió así el mismo saldo del ataque de abril de este año, cuando Irán lanzó misiles contra Israel en retaliación por la muerte de dos generales en la embajada iraní, en Bagdad.

Todo parece indicar que Netanyahu ha medido las reales capacidades militares de Irán y la debilidad del régimen de los ayatolás, sobre todo en términos de favorabilidad. Por lo que, en el contexto de una prolongada crisis económica que azota al país asiático, podría –por medio de sus ataques– favorecer la caída de dicho régimen y acabar así con la mayor amenaza a su seguridad.

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