La humildad es libertad

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Sí, lo es. La libertad más plena, completa e irreductible; la más amplia, más noble y más llena de vida; la más alejada de ese vacío triste que muchos llaman libertad y que es solo la esclavitud de la pereza o la lujuria, la que más desafía ese torpe correr por el mundo en busca de sensaciones o esa manía enferma de perseguir metas como si la vida fuera un negocio febril o una competencia por dominar a los demás.

Y lo es antes que nada porque solo la humildad nos libera de nosotros mismos, elimina ese cruel carcelero que nos impide dar, servir, ayudar, y olvidar nuestras manías y rencores. Es la que encierra al cancerbero de nuestro egoísmo y nos deja así, listos para correr a dar vida a otros. No nos anula, anula lo que nos anula.

Nadie confunda la humildad con esa especie de gazmoñería cobarde con la que algunos pretenden engañar a los incautos. Nada es más brutal, soberbio y venenoso que la falsa humildad, el fingimiento de serenidad cuando uno es criticado o corregido, o cuando las cosas no salen como queremos, o cuando la gente que nos interesa no nos atiende como pensamos que debe hacerlo.

No, amigos, la humildad es la gota de miel que puede más que el barril de vinagre, la ligereza llena de gozo con la que nos elevamos por sobre nuestras desgracias, muchas de ellas fruto de nuestra propia mezquindad. No tener nada y por eso no querer tener nada más que la capacidad de ayudar. Nunca cobrar, nunca esperar más que la vida misma. Nunca querer más vida que la que entregamos a los demás y se nos devuelve renovada y agradecida.

Es la humildad la llave maestra de todas las prisiones. Es la que anula el rubor del tímido esclavizado por el qué dirán, la rabia del orgulloso gritando a voz en cuello que tiene un dudoso primer lugar en su diminuto y estúpido mundo. Es la que tumba el pedestal del autosuficiente, del señor que lo controla todo, de la señora que siempre es mejor que las demás, del niño que tiene mejor ropa que sus compañeros.

Si un día llegáramos a entender de qué se trata y si un día lográramos prolongar ese brevísimo relámpago de sabiduría y bondad que la humildad es, qué felices seríamos, qué poco dados a la acumulación, la adulación, los cálculos mezquinos, las defensas de honras.

A veces, pocas, llego a la misma conclusión que el cómico: “Soy invencible porque soy idiota”. Y la aceptación de mi idiotez humildad no será, pero, como se le parece, pues en una de esas termina por serlo.

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