La ciudad de la furia

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

Evagrio Póntico, maestro espiritual del siglo III, enseñaba así sobre la ira: “Es una pasión furiosa que con frecuencia hace perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano”. ¿A santo de qué la referencia a esta frase? Hace unos días, las redes sociales propalaron el video de dos choferes luchando a golpes el paso por una intersección. He de confesar que ello me dejó más que preocupado.

A punta de obras sin sentido o escasamente planificadas, las autoridades de turno mantienen a los ciudadanos atascados en el interminable caos que toma por asalto las calles a toda hora. Escenas como las del video mencionado se repiten en cada intersección donde la paciencia parece haber abandonado, por cansancio, el partido.

Y allí aparecen los padres de familia de alguno de los cuatro colegios ubicados entre la avenida Alfonso Ugarte, luchando porque sus hijos lleguen a tiempo a clases en medio del tráfico provocado por las obras de la variante de Uchumayo. Allí están también los sufridos vecinos de Sachaca, empolvados y viendo cómo el sueño de vivir en un espacio de campiña urbana se convierte de pronto en una pesadilla de la que no pueden despertar por culpa del Gobierno Regional.

En el centro de la ciudad, en Vallecito, la vida es eso que pasa mientras uno se encuentra atascado en el óvalo o viendo cómo decenas de vehículos que vienen de Yanahuara o Cayma invaden el carril contrario en la última cuadra de la avenida La Marina. ¿Qué fue capaz de convertir este pacífico rincón del Cercado en un escenario de caos y descontrol vehicular?

En otro sector de la ciudad, específicamente en la intersección de las avenidas Los Incas y Dolores, el alcalde provincial, Alfredo Zegarra, y el de Bustamante y Rivero, Ronald Ibáñez, han decidido que la mejor forma de amar la tierra es respirándola; de lo contrario no se explica por qué las demoras en el baipás y en el reasfaltado de ambas vías.

La cantidad de polvo que respiran vecinos, transeúntes y choferes es alarmante, pero a ambas autoridades ello no parece importarles. Hacen lo de siempre: dilatan las obras para que estas terminen justo en época electoral. Así garantizan más votos a su favor para una posible reelección. Tremendos irresponsables.

Y podemos seguir, pero la ciudad es grande y el espacio nos queda corto. Eso sí, hay que advertirle a nuestros gobernantes que el problema es mayor cada día y sus letreros y videos de “Disculpe las molestias” no tranquilizan a nadie y, por el contrario, generan más estrés.

En este punto correspondería preguntarles a todos si tienen algún plan de mitigación de las consecuencias sociales de las obras que realizan o si han planificado compensaciones a los vecinos y usuarios de las vías que están cerradas. Es casi seguro que no. Con todo, situaciones como esta constituyen oportunidades para corregir errores o, aun más propicio, para sacar a relucir lo mejor de nosotros aunque suene a cliché.

Lo anterior se traduce, por ejemplo, en el deber de cumplir las normas de tránsito. Entonces, aun cuando los alcaldes sean unos incompetentes, ello no anula nuestra obligación de no usar el carril contrario, de respetar los semáforos, de ceder el paso a quien lo necesite, de entender que primero es el peatón y luego el vehículo, de alertar con luces direccionales el cambio de carril, de no abordar el taxi o la combi en la mitad de una vía, etc. Un poco de ciudadanía no nos vendría nada mal en este momento.

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