Informe sobre el Perú

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Lo siguiente sería el informe de un extraterrestre que hubiera descendido al Perú en noviembre del año pasado. El Perú es un país con 31 millones de habitantes, cuya historia, al no poder registrarse por la falta de algún tipo de escritura reconocible, se pierde en el tiempo previo a la presencia de una cultura que vino de otro continente y lo gobernó durante tres siglos hasta un proceso llamado independencia, que heredó las estructuras anteriores y las revistió de una idea llamada ilustración que supuso un orden basado totalmente en la razón.

Desde ese momento se convirtió en lo que la ilustración llamó república, intentando gobernarse por un sistema llamado democracia. En los nueve meses que estamos en este país, hemos presenciado dos hechos significativos: la corrupción y el fútbol. Ambos tópicos espacio-temporales contienen toda la herencia cultural, eidética o idiosincrática de este conjunto de seres humanos que se llaman a sí mismos peruanos.

El primer tópico, la corrupción, se ha expresado en lo que sería el final de un orden político para esta nación. Y esto ha ocurrido porque se ha acabado la confianza en todas las formas de gobierno. El presidente renunció, el Congreso fue desaprobado, el Poder Judicial perdió toda autoridad moral, el espionaje por audios y videos destapó podredumbre y el país se ha hundido en un razonable cinismo frente a sus instituciones.

Ante estas desgracias, los peruanos conservan un signo indeleble de salud mental: cierto sentido del humor y capacidad de sufrimiento que provendría de la noción de eternidad heredada del cristianismo, su religión más importante.

El segundo tópico, el fútbol, es una especie de ritual combativo cargado de apasionamiento simbólico. Hay que entender que el fútbol no es solo fútbol y, como muchas cosas, expresa al país que lo juega. Es ahí donde hoy se ha concentrado lo que los humanos llaman esperanza, la terquedad de seguir creyendo que se hará justicia aunque no se la vea, que habrá prosperidad aunque solo haya pobreza, que habrá orden aunque los rodee el desorden.

Si un rasgo es común a todos los peruanos es la capacidad de salir de los más graves problemas. Así, de vencer las montañas y los abismos, las selvas y los desiertos, y los desastres naturales de su geografía es que surge un carácter indomable que los lleva a gritar aún entre lágrimas de dolor esas cuatro palabras que resumen su vida más íntima: ¡Viva el Perú, carajo!

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