Hamás

Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo

Se trata de la segunda guerra postpandémica y con un final tan incierto como el de Ucrania y Rusia. Si bien en la primera se trata del poderío militar de Rusia contra toda la cooperación y tecnología de la OTAN, en el caso de Israel y Hamás no se trata de una guerra convencional —dos ejércitos enfrentados en un campo de batalla—, sino de la liquidación del enemigo político para ver quién se queda con el territorio.

Las imágenes estremecedoras de los miembros de Hamás llegando en parapentes y en vans a una fiesta al sur de Israel, asesinando a 260 jóvenes que participaban en una fiesta electrónica y tomando como rehenes a varios de los asistente para internarlos en Gaza, así como las incursiones en kibutz —granjas— donde también asesinaron a niños, muestra la brutalidad a la que están dispuestos en dicha organización para lograr su objetivo: acabar con Israel.

Este enfrentamiento deja una estela de muerte donde la población civil es muchas veces protagonista en el número de víctimas, frente a las cuales, todos los sectores políticos deberían alzar su voz de protesta.

Lastimosamente, lo que ha ocurrido es que ha habido pronunciamientos de líderes políticos, reiterando posiciones previas al ataque sobre el conflicto palestino-israelí, que más que una defensa de los derechos humanos de la población civil, denuncian con selectividad las atrocidades dependiendo del bando al que pertenecen.

El gran reto de Israel es frenar a Hamás sin extralimitarse en el uso de la fuerza con la población civil palestina que vive en Gaza, objetivo en el que Israel ha fracasado en el pasado, así como crear una alternativa plausible a Hamás, que pueda atraer a los palestinos a algún tipo de entendimiento.

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