Fútbol, lealtad y vida

José Manuel Rodríguez
Teólogo y docente UCSP

El proceso de Ricardo Gareca al frente de la selección peruana de fútbol deja un aprendizaje fundamental que, según este humilde aficionado, se puede sintetizar en una palabra: lealtad. Un aprendizaje que es el resultado más importante de todos.

La lealtad no es complicidad en el mal, no calla ante los errores, los denuncia y ayuda a mejorar. La omertà, ese silencio cobarde que el mafioso exige con amenazas o cobros de algún favor, no tiene nada que ver con la lealtad.

La lealtad rechaza el perverso principio de la complicidad: “Para los amigos todo, para los enemigos la ley”. Todo lo contrario, la lealtad cumple la ley, la asimila como un compromiso insoslayable, la respeta con transparencia, la sigue con firmeza aunque eso traiga como resultado enemistarse con amigos que no son tales. Los verdaderos amigos jamás nos piden mentir o hacer el mal.

La lealtad cumple la ley, la asimila como un compromiso insoslayable, la respeta con transparencia, la sigue con firmeza aunque eso traiga como resultado enemistarse con amigos que no son tales.

La lealtad es una forma sublime de respeto a la verdad que recoge al que cae, pero jamás justifica la caída; ayuda al débil sin aceptar la debilidad; pide ayuda sinceramente, pero jamás carga en las espaldas del otro lo que es responsabilidad propia; no exige más que el bien de todos; busca lo mejor, lo más alto, lo más perfecto sin amilanarse ante los fracasos.

Leal fue Gareca desde el inicio. Leal, Juan Carlos Oblitas (gerente deportivo de la Federación Peruana de Fútbol) con todos sus compromisos. Y esta virtud ha sido la savia que alimentó a todos los jugadores que han participado desde el principio, independientemente de los resultados que, como todos sabemos, no dependen absolutamente del esfuerzo pero jamás se alcanzan sin él.

Leal fue Gareca desde el inicio. Leal, Juan Carlos Oblitas con todos sus compromisos. Y esta virtud ha sido la savia que alimentó a todos los jugadores que han participado desde el principio, independientemente de los resultados.

Uno por uno, todos, y creo que digo bien, todos los partidos de Perú en estos años muestran un sólido compromiso, un hábito de dar lo mejor en cada juego, que evidencia un trabajo serio y sereno fuera de la cancha. No hay magia, no hay trucos ni tips, no hay ‘secretos del éxito’ en todo esto. Se puede jugar bien o mal, pero nunca sin compromiso.

Hay lealtad, es decir, fidelidad a los compromisos asumidos en el proceso y a las personas que lo llevan a cabo. De allí viene el orden; la constancia; la lucidez para proponer los cambios; la escucha constante a cada jugador, al hincha, al periodismo; el trabajo planificado y nunca abandonado a pesar de lo riesgoso de cada decisión.

La lealtad no se improvisa, se atesora, se cultiva, antes que nada, en el interior del propio corazón. La lealtad comienza con la mirada al bien común como asentimiento a la verdad, antes que nada, sobre uno mismo. Es una clave de lectura de este proceso futbolero y de la vida misma. Eso nos viene dejando la selección peruana, y creo que por eso nos resulta tan querida.

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