¿Fuga de talentos?

Juan David Quiceno Osorio
Docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo

Como es común en estos días en Perú, algunos extranjeros son los encargados del cuidado personal masculino y, como buenos barberos, son también buenos conversadores. Es así como el otro día me topé con una persona con muchas ganas de expresar sus opiniones y con poco miedo a la censura.

Había empezado la sesión en la barbería y mientras caía mi pelo, le pregunté: ¿Estás a gusto en el país? Me respondió que estaba agradecido con las oportunidades que le habían dado, sin embargo, con un poco de amargura, pensaba que si pudiera se iría a algún país nórdico o europeo.

Le repregunté si había pensado en volver a vivir en su país y su respuesta me sorprendió. Dijo que no, pero no sólo por la actual inviabilidad económica, sino porque de su lugar de origen hoy sólo quedan las casas vacías. Para él, hoy su pueblo no es más que un fantasma del pasado, pues su familia anda desperdigada por distintos países latinoamericanos.

Al parecer, la intención de dejar atrás el país en busca de mejores oportunidades no sólo afecta a los migrantes, sino también ocupa un deseo latente en el corazón de los peruanos. Entre 2021 y 2022, la PageGroup realizó en Perú, un estudio de Migración de Talento. Uno de los datos más críticos indica que 91.5 % de los entrevistados consideraba que se iría del país si tuviera una oportunidad para trabajar en el extranjero.

Además, de ese mismo estudio, el 47 % de los ejecutivos peruanos entrevistados (debemos pensar que una buena mayoría de esos ejecutivos están en Lima) declaró estar buscando activamente posiciones fuera del país.

Durante el presente año, hice las mismas preguntas a mis estudiantes universitarios y a las personas que asistían a mis conferencias a público abierto. En estos pequeños muestreos, las cifras fueron incluso más elevadas que las del estudio de PageGroup.

Creo que podemos encontrar por lo menos un par de razones que explican estos anhelos.

La primera radica en que el Perú ofrece cero beneficios sociales; cuestiones como la educación, la salud y la seguridad que en otros países están al alcance de todos, en este país, se ven muy lejanas, al punto de que muchos temen no tener el dinero suficiente para educar bien a sus hijos o para cautelar la salud de su entorno más cercano.

La segunda razón radica en la bajísima autoestima de nosotros los peruanos. Siempre se nos ha dicho que el país es rico, pero los peruanos no. Sentados en una banca de oro, vivimos como mendigos. Si realmente el problema peruano no pasa por los recursos, sino por el factor humano, las preguntas que naturalmente surgen son: ¿Por qué, si la educación parece el camino del cambio, seguimos evitándolo? ¿Por qué no recuperamos la formación cívica que nos permita tener autoridades decentes? ¿Por qué no promovemos más sanos valores? ¿Por qué seguimos encumbrando la viveza criolla y la corrupción? ¿Por qué no nos animamos a ser un país en dónde podamos envejecer?

Creo que aún estamos a tiempo de elegir las respuestas correctas, aunque el tiempo apremia. Ojalá que no nos pase como al joven barbero de esta historia, al que le da igual dónde va, porque ya no le queda lugar dónde volver. No quisiera que estemos yendo en la dirección de un pueblo fantasma, sin identidad, sin juventud, sin amor propio y sin vida.

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