El mito Barnechea

Con Barnechea pasa algo semejante a con Acuña. Antes de que los barnechéveres se apresuren a quemar esta columna sin ninguna contemplación, permítaseme explicarlo bien. Se aseguraba que el elector de Acuña, antes que dejarse llevar por consideraciones doctrinales o programáticas, había decidido su apoyo basado en la identificación aspiracional. La figura de Acuña como un hombre “salido desde abajo” y convertido en un magnate de dimensiones fabulosas, además de su cruzada educativa (su lema, que ahora parece tragicómico, era: La educación primero) apelaba a ciertos sectores populares emergentes, que lo veían como una especie de modelo a seguir, por lo menos en el ámbito de lo imaginario.

Barnechea, en ese sentido, es el Acuña de la pequeña burguesía y de las clases medias. Es un tipo culto, sofisticado, sosegado, que ha escrito libros y se ha tomado fotos con Borges, García Márquez y es amigo de Vargas Llosa. A diferencia de su flamante maestro Belaunde —que, con aires de viejo hidalgo criollo reivindicaba algunas mistificaciones andinas y tradicionales—, Barnechea no se muestra castizo, sino cosmopolita y un tanto british. En ese sentido, su estilo es más parecido al del socialité Haya de la Torre. Nada más aspiracional para las clases medias, especialmente para los jóvenes de estos sectores, que, con aire patricio, siempre se reivindican como “la sal de la tierra” en este país de ignorantes y salvajes, solo por haber leído un-libro-y-medio y opinar sesudamente en las redes sociales. Barnechea es para ellos es una suerte de héroe cultural y un modelo que representa míticamente lo que aspirar a ser, aunque sea como fantasía imaginaria.

Los mitos aspiracionales tienen arraigo. Muchos se sorprendían de ver el enceguecimiento del elector de Acuña que, ante las evidencias de sus comportamientos oscuros, seguía apoyándolo. Pero es así con los mitos aspiracionales: como toda construcción narcisista, “tienen algo de uno”, el cultor del mito ha proyectado sus pasiones, aspiraciones y delirios (a veces inconfesables). De ahí que carezcan de razones aparentes para apoyarlo y que, ante cualquier crítica, reaccionen como si se les hubiera tocado la propia carne.

Hasta ahora —y más allá de los slóganes fáciles del mundo del meme— nadie me ha indicado cuáles son las propuestas valiosas de Barnechea. Siendo un hombre culto, parece que las saca de la chistera en cada entrevista y puede articularlas ad infinitum. Sin tener nada en cuenta el muy humilde programa de gobierno de Acción Popular. En el mundo de Liliput de nuestros políticos, esas habilidades discursivas lo convierten en un gigante retórico. Pero nada más. Pretender crear un Estado de Bienestar en una economía abrumadoramente informal (cosa que ni la micropolítica neocomunista de Mendoza se atrevió a proponer) y renegociar contratos firmados en un contexto de bajón de exportaciones, retracción de inversiones y absoluta debilidad moral, jurídica y política del Estado peruano no parecen ser propuestas muy bien pensadas. Pero las campañas electorales son como un romance de verano: la gente se enamora, no comprende bien las cosas. Luego vienen los desengaños, que son, por lo general, bastante rápidos.

He visto en los últimos días a católicos “conservadores” y a neoliberales duros confesar su voto por Barnechea, el socialdemócrata defensor del aborto y de la unión gay. En fin, queridos lectores, son cosas del amor.

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