‘Conversacióntt’ con Montt y ‘apreciacionérs’ a Liniers

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Conocí a Alberto Montt y a Ricardo ‘Liniers’ Siri, en el Hay Festival de Arequipa. Desde hace años soy un admirador del trabajo de ambos, de hecho hice una ‘clínica humorística’ en mi universidad comparándolos porque su tono de humor es el que, a mi entender, sirve para enseñar, para señalar temas de fondo con inteligencia y sutileza lúdica.

No tengo ambages al admirar su genialidad. El tono intimista y el ingenio para el apunte psicológico, histórico, sociológico o moral, en ambos es algo de aplaudir. Liniers, más tierno que Montt, más niño si cabe; Montt, más amargo pero no menos capaz de ternura. Listo, eso sobre el trabajo de ambos.

Debo añadir a la admiración que me suscitan sus historietas la profunda simpatía que me despertaron los dos como personas. Los sentí como compañeros de colegio en jardín, como esos primeros amigos que uno encuentra a los seis años, esos con los que coincides en lo más importante: el juego, la risa, el alboroto, la bofetada ‘tumbapelucas’, la trasgresión como reacción ante la vida, la manía de mirar cosas que nadie ve, la imaginación desatada que convierte cualquier episodio manido en una comedia.

Dicho esto y recalcado, no puedo ocultar mi decepción cuando encontré una especie de segunda capa sobre sus personalidades juguetonas, algo que se les ha colado de adultos y les ha ensuciado la infancia y la inteligencia: la ideología. Sí, Alberto y Ricardo, no os molestéis, es mi humilde opinión.

La forma en que se burlan de la Iglesia y sobre todo de las creencias de los católicos hace gracia a muchos, pero nos duele también a varios; y cuando eso ocurre hay algo que camina mal en el humor. Soy muy consciente de que uno no le puede caer bien a todo el mundo, pero un humorista no puede permitirse ofender las creencias de los demás, sean quienes sean.

Distinción: si los demás nos ofendemos por tontos o por no entender el chiste o por ser muy rígidos o por fanáticos o por no saber reírnos de nosotros mismos, lo que sintetiza todo lo anterior, pues eso no solo no es malo sino que es también plausible y se enmarca en esa feroz tradición de burlarse del statu quo que tanto consuela a los que nos vemos fuera de él.

Como todo es provisional en este mundo engañoso, me tomo la libertad de no considerarme en la lista de los que no saben reírse de sí mismos. Creo haber avanzado en el humilde arte de la eutrapelia; aunque, quién sabe, también puede ser que tenga hígado graso y lo que considero sagrado, y sobre todo la forma en que lo considero sagrado, sea solo un poco de bilis. Sea como sea, cuando se habla mal de Dios, me duele y mucho.

Ojo: Jamás dañaría a nadie por vengarme, porque la venganza solo aumenta el dolor; intento jamás devolver un insulto con otro, porque el Señor me lo prohíbe y porque hacerlo contradice lo que digo creer.

A ver si me explico: Les Luthiers tratan el tema religioso de forma cómica en muchos de sus shows y nunca me he sentido ofendido como cristiano. Otro ejemplo lo veo en el club de la comedia español en el que me puedo reír de cosas que no comparto ni practico porque están en clave de humor, y cuando han tratado el tema de la fe me ha parecido gracioso. Y podría citar, de verdad, a muchos.

¿Será que en ustedes veo cierta falta de proporción, cierta carga de antipatía, de cosa irresuelta dentro, de achaque de culpas personales (que hasta pueden tener toda la razón) a la Iglesia? ¿Será que detrás de su desenfado, libertad y amplitud de criterio se esconden creencias muy duras y profundamente enraizadas en el mainstream antirreligioso? ¿Será, digo yo que no soy nadie, que es fácil escupir a Dios porque no se defiende y al catolicismo justamente porque burlarse de él está de moda? ¿Será, digo yo, que me duele el prejuicio que sentí en Alberto cuando le dije que era teólogo o cuando supo que tenía cuatro hijos? ¿O serán ideas que me corretean?

Cuando veo estas cosas pienso que sería fácil caer en la tentación de victimizarme, ‘autoheroizarme’ y ‘lukeskywalkerizarme’, dándomelas de católico perseguido por el desprecio posmoderno; pero no, sé bien que muchas de las humillaciones y desprecios que sufrimos nos los hemos ganado con nuestra desidia, cobardía e incoherencia, y que la mayoría de estos no son motivo de orgullo. Pero también sé que la fidelidad a las enseñanzas de Jesucristo trae necesariamente persecución.

Por último les contaría algo: yo estudié en un colegio laico y mi trasgresión fue el cristianismo y hasta ahora lo es; mi manera de molestar al statu quo se llama fe católica. Será por eso que leo las cosas al revés, a pesar de las decepciones que muchos cristianos cargamos en estos días por los escándalos y tantas cosas horribles que no se pueden ni deben ocultar si queremos amar como nos enseñó Jesucristo.

Listo. Un fuerte abrazo a los dos y, si no les molesta —y aunque les moleste—, mis oraciones.

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