Amor y risa

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Quien te quiere te hará reír. Y, bueno, sí, también llorar. No sé si sea raro, pero la gente que quiero siempre me da risa. No, no es burla. Es una risa muy honda, muy de fondo, muy de memoria, muy de algo parecido al rubor, ese calor que una buena risa produce en las mejillas.

Y toda la gente que quiero se parece a la gente que siempre he querido. Y eso me parece muy cómico. Como si se duplicara la realidad. Tengo amigos que se parecen a mis hermanos. Tengo uno que se ríe igualito que mi abuela.

Y otro que hace las mismas tonterías que mi hermano cuando éramos chicos. Y otros más por ahí que han sobrevivido conmigo la infancia, la adolescencia, la juventud, y que hoy, cuando nos juntamos, viejos, seguimos riéndonos de los mismos chistes como si nunca nos hubiera interrumpido la vida.

Tengo una amiga amadísima con la que me casé hace veinte años. Se ríe de mis chistes con mucha compasión. Siempre lo ha hecho y eso a mí me consuela infinitamente de los dolores de la vida. Tengo unos hijos —cuatro— que me hacen reír desde que nacieron. Reír en todos los tonos.

Los recuerdo en el alma y me río solo. Uno, leyendo y pensando; otra, dibujando las paredes; otro más, con los zapatos en la mano para que no lo dejen; y la última, llena de todo lo demás y mucho más. Tengo una casa abierta para todos los amigos. Lleva en sus paredes las marcas de todos, las voces de todos.

Tengo, ya para siempre, muchos alumnos que me hacen reír con sus caras de perplejidad y muy buenas preguntas. Llevo ya varios muertos queridos en el corazón. Sus recuerdos me hacen reír con la esperanza de encontrarlos al otro lado. Con ellos, la mitad de mi alma curiosea por el más allá.

Este es un valle de lágrimas, pero no pocas son de risa. Y no pocas risas son solo la otra cara de un profundo dolor. El tejido de ambas es la vida misma. A veces creo que voy a morir de risa, y vivir de ella, porque Dios mismo la inventó para que lo alcancemos en el cielo.

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