13 razones, más o menos

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Si por razones se entienden las impresiones subjetivas, las reacciones sentimentales al influjo de un ambiente hostil, la incapacidad emocional de salir de uno mismo y desde ella la suma constante de motivos que van configurando una mirada nihilista de la vida confirmada por las peores desgracias, traiciones y agresiones que una persona puede sufrir, pues no solo serían trece, podría yo mismo poner mil razones para quitarme la vida. Muchos cassettes.

Ya que Netflix me haga caso a mi edad, es otro cantar. Aunque no sería mala idea una serie sobre la depresión de los papás que no sabemos qué hacer con los hijos y vivimos agobiados por las deudas económicas y emocionales que la fría economía y la omnipresente psicología han sembrado en nosotros.

Habría, eso sí, que retorcer bastante el argumento para que generara empatía un tío pelado que se siente incomprendido por el mundo y espera que alguien lo rescate de su ‘depre’, porque normalmente eso lo hacemos los hombres pegándole a una pelota de alguna manera y a otra cosa que mañana hay que ‘chambear’.

Pero si por razones se entienden razones, pues, en verdad, no tenemos ni yo ni nadie razón alguna para quitarnos la vida. Ganas puede tener cualquiera, razones nadie. Alguien me dirá que soy muy duro y no entiendo a los adolescentes y sus sufrimientos escolares. Digo lo contrario: justamente porque los entiendo digo lo que digo.

No hay sufrimiento, por duro o monstruoso, que sea causa de un suicidio. Ocasión siempre, causa jamás. Exactamente como es ocasión de crecer, hacerse mejor, más grande y generoso con los demás, como muchos ejemplos que hay en la historia. Causa jamás, que de eso se trata la libertad.

¿Es la serie una apología del suicidio? No sé. Tal vez una especie de propaganda, porque para hacer una apología hay que tener razones y eso es justamente lo que la serie no tiene.

¿Es peligrosa? Como cualquier cosa vista acríticamente. A mí me parece una excelente ocasión para conversar con los hijos; para pensar en su generación y en los miedos propios de su edad; para tener una visión crítica de nuestro papel como padres o maestros y también del sistema educativo en general. En cierto sentido, nada distinto de lo que viene pasando generación a generación desde que el mundo es mundo y el ser humano está en él, mutatis mutandis siempre.

Lo que sí, desde una mirada de fe, adelanto una moraleja para mí evidente: la protagonista le pide a sus padres, maestros, enamorados y amigos que la miren y entiendan como solo Dios puede hacerlo y cuando esas expectativas se ven truncadas, la vida se percibe sin sentido, los hombres y mujeres aparecen a la mirada con todas sus miserias y ninguna de sus glorias, la soledad se hace estéril y no se ve la salida.

Y eso, queridos lectores, es la consecuencia directa de no saber amar porque no se aprendió de Dios que es la Fuente del Amor mismo ¿Culpa de quién? En eso la serie acierta: de todos. No hay muerte que no toque la fibra moral de todos los humanos.

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