COVID-19: rentabilizar no significa lucrar a costa del sufrimiento humano

José Alberto Alvis Cuti
Docente asistente de Humanidades – UCSP

Hace unos días y por los 200 años de nuestra Independencia, se realizó un minuto de silencio por las víctimas del COVID-19. Mientras unos celebrábamos, otros lloraban a sus muertos o pedían un milagro para sus familiares internados.

Frente a la pena por la muerte de 198 295 compatriotas (al cierre de este artículo) a causa de la pandemia, está la alegría de haber aplicado 18 665 069 dosis de la vacuna. Son las dos caras de una moneda con la que vivimos día a día.

La convivencia de estos sentimientos tan contradictorios la podemos asumir como parte de la vida, pero, ¿qué sucede si la risa es a causa del sufrimiento del otro? Esta pandemia, no solo ha desnudado la precariedad del sistema de salud, sino también, la fuerte crisis moral de nuestra sociedad que ha alcanzado niveles de deshumanización insospechados.

Por un lado, empresarios acaparaban el oxígeno para revenderlo a precios exorbitantes mientras familias enteras pedían a gritos un poco de este elemento vital. A unos metros, nuevos ‘emprendedores’ vendían el alcohol a 25 soles; más allá, las clínicas pedían 40 mil soles o más, como garantía para internar a un familiar contagiado, aprovechándose de la desesperación por querer salvar la vida del ser que nos la dio.

El objetivo de todo administrador es procurar el mayor beneficio con los menores recursos. A eso le llamamos eficiencia. Se nos exige aprovechar al máximo las oportunidades que presente nuestro entorno, pero, ¿quién nos pone el límite en una sociedad de libre mercado dónde todo se rige por la ley de la oferta y la demanda?, ¿quién podría cuestionar la mano invisible de Adam Smith, el padre de la economía moderna?

El anhelo legítimo de maximizar nuestras ganancias debe ser frenado por nuestro sentido de humanidad. No podemos atropellar a quien esté al frente a cambio de mayores beneficios. Aprovecharse del que sufre para enriquecernos, demuestra una crisis moral, donde la noción de lo bueno y malo se ha perdido. No diferenciar esta línea nos atrapa en una espiral de egoísmo y autodestrucción personal, y profesional.

La crisis sanitaria exige a los gerentes, tener una mirada más integral de la realidad. Nadie obliga a una empresa del sector salud a convertirse en una ONG. Recordemos que Aristóteles, reconocía que el hombre virtuoso siempre buscará hacer lo correcto, en el momento y de la manera adecuada.

En este contexto tan complicado, un gerente virtuoso debe hacer lo correcto y rentabilizar a su organización. El reto está en fijar el límite entre el beneficio económico y la humanidad. Ahora más que nunca, los profesionales debemos exigirnos una actuación integral para adoptar las medidas adecuadas, evitando abusos como los que vimos.

Urge adoptar acciones correctivas, más ahora, que se ha extendido la idea que la salud es un negocio a costa del sufrimiento de los demás; pensamiento que ha sido ganado a pulso estos últimos meses.

No es extraño que, en la campaña electoral, uno de los principales motivos por enarbolar la bandera de la nueva Constitución, fuese luchar contra la mal llamada mercantilización de la salud. Quizás ahora los empresarios vuelvan sus ojos hacia la revisión de su proceder. Olvidaron que antes de ser empresarios son personas, tal y como lo eran, los que les pedían ayuda para vivir. No bajemos la guardia, menos ahora que ya se lanzó una alerta por la tercera ola del coronavirus en el país.

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