Nadie es dueño de la verdad

Conversaba con un amigo sobre algún típico “asunto polémico”. Para ser sinceros no recuerdo cuál. El asunto es que cuando llegamos al clásico punto muerto en la “polémica” salió la célebre frase que encabeza este artículo. He notado que suele decirse cuando se ven dos posturas contrapuestas sin posibilidad de ser compatibles. Algunos ejemplos: el aborto es un crimen o no, la homosexualidad es normal o es una patología, la eutanasia es un asesinato o no, etc. En ninguno de esos casos podemos en realidad encontrar una suerte de vía media. Entonces es cuando parece que hubieran distintas “verdades”: una para quien aborta, otra para quien no está de acuerdo, una para el homosexual, otra para el que se opone, etc.

Pero más allá del uso viciado de la frase supongo que quienes dicen esto lo hacen porque creen que es una afirmación verdadera. Y, hay que decirlo, es verdad. Nadie es dueño de la verdad porque la verdad no tiene dueños, más bien servidores o cooperadores. No existe por lo tanto tu verdad (una verdad de la que tú eres dueño) o mi verdad (una verdad de la que yo soy dueño) sino la verdad (de la que tú y yo somos buscadores). La cosa es simple pero está complicada justamente por negar la posibilidad de conocer la verdad. Si esto es verdad sólo quedan dos caminos, ponerse a favor o en contra de la verdad.

Para ponerse a favor no hay otra manera que admitir que lo que vemos y percibimos por los sentidos es real. Es decir que más allá de mis interpretaciones en las que puede haber error, es verdad lo que percibo. Así podemos afirmar la verdad de la naturaleza de las cosas (una cosa es eso y no otra cosa que se me ocurra: un hombre es un hombre, una persona es una persona, una vida humana es humana). Existe entonces una sana confianza y una sana provisionalidad dentro de lo razonable.

Para estar en contra de la verdad es necesario negar que exista una naturaleza o que se pueda conocer. Todo se reduce entonces a interpretaciones de igual nivel o autoridad, ocurre entonces como dice el tango que da “lo mismo un burro que un gran profesor”. Todas las opiniones son válidas y cualquiera que afirme una verdad sobre las demás será intolerantemente tildado de intolerante. En ese camino, se vislumbra en el horizonte el tenebroso Ministerio de la Verdad mediante el cual el poder de turno reescribía la historia y cambiaba el contenido de las palabras de acuerdo a sus intereses, como lo profetizara Orwell en su espeluznante novela “1984”.

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