¿Y qué tal un efecto dominó?

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo 

Este gobierno está mal, muy mal. Desconectado de la realidad del país, asustado por sus férreos pero no pocas veces torpes y ciegos opositores color naranja. Una oposición compuesta por hombres y mujeres, salvo excepciones que no conozco, de escasa cuando no ausente cultura e inteligencia. Grupo medio entrenado en cerrar filas y exigir una dudosa disciplina y lealtad que se rompió desde su fundación, con personajes oscuros hoy convenientemente fuera del reflector de los medios. Grupo que defiende causas justas por motivos subalternos, atropellando la justicia y negociando con el privilegio de su mayoría en el Congreso.

Dos presidentes en la misma prisión, por la misma razón de fondo: corrupción. Dos más en el extranjero: uno perseguido y nunca alcanzado, aunque todos sabemos dónde está, dando entrevistas con el mismo desparpajo de un narco que lo niega todo; el otro —aparentemente blindado por un poder judicial copado y un jurado electoral que le salvó la vida a su partido retorciendo normas de modo inverosímil— suelta frases cínicas sobre el asco que le dan los corruptos. Y, el que tenemos hoy, repitiendo promesas incumplidas de campaña, va por ahí soñando con hacer andinismo mientras da saltitos y bailes sin gracia.

Gobierno ‘rosadón’ en su conciencia, inficionado hasta los huesos con ese falso humanismo de pensamiento débil que ostentan los moderados que no se atreven a enfrentar las ideologías disolutivas de la izquierda radical o de las tendencias mundiales cargadas de un relativismo enfermizo. Se le nota amarrado por compromisos políticos previos, por acuerdos de voz baja que nublan el horizonte de sospechas.

Gobierno que para no quedar mal ni con Dios ni con el diablo prefiere quedar mal con el pueblo, si algo así existe. Porque hasta de eso dudamos, de que seamos un pueblo, de que alguien represente un pueblo; más bien se ve una atomización de intereses sectoriales aprovechando el ruido, la inercia y la inepcia.

Ahora, por enésima vez, el fuego comenzó en Cusco y en los maestros, para encender viejas promesas incumplidas en salud y saltar a otros sectores. Conflictos mineros contenidos en el norte y en el sur y ninguna acción estratégica o provisoria al respecto nos auguran nuevas danzas de balas, piedras y gases en un futuro próximo, que no pararán hasta cosechar unos cuantos muertos convertidos en héroes de gestas inútiles.

Sumemos el drama de una reconstrucción que nunca llega a ninguna parte de verdad y de manera satisfactoria. Ya peinan canas varias ruinas de desgracias anteriores sumadas a las recientes. Ministros ‘mariantonietescos’ que dicen que una ciudad destruida parece no haber sufrido las inundaciones o que quieren recuperar el año escolar, ya casi perdido por la huelga, con programas virtuales en una de las zonas de más baja conectividad del país.

Mientras tanto, como para entretener al populacho, los medios destilan espectáculos donde una serie de seres psicológica y moralmente deformes ganan miles de dólares por acumular vasitos de plástico uno sobre otro mientras muestran sus bíceps, cuádriceps y glúteos, y cuentan los avatares de sus primitivas y anodinas vidas sentimentales.

Y, cuando de informar se trata, titulares uno tras otro, dedicados al último dime que te diré, la pepa, el ruido, el aturdimiento, la pesca y la caza de la frase desafortunada del político tonto de turno, el último chuponeado, el baboso al que ampayaron.

La cubierta de la torta: inseguridad ciudadana y delincuencia creciente retroalimentada por penales colapsados unidas a la corrupción global que ha comprado funcionarios y empresarios como quien pone fruta en una canasta. Y la cereza o el resultado, como queramos verlo: la economía deteniéndose.

Y todo esto en un país hermosísimo como es el Perú. No, no haré la pregunta de Zavalita porque, aunque la pudiéramos responder con exactitud, no serviría de nada. Tampoco me lamentaré como Gonzales Prada, hablando de purulencias nacionales. Sé muy bien que este diagnóstico sombrío podría haberse hecho en el gobierno anterior y el anterior hasta los inicios de la República.

Amigo que me lees: combate en tu vida la avaricia, haz tu trabajo sin meter las narices en la vida de los demás, vive de tal modo que le puedas contar tu vida a un niño de siete años, di ‘presente’ y tal vez podamos comenzar a escribir ese capítulo de la historia que comienza con el momento en que empezó a componerse el Perú, sin demagogias ni criolladas.

O tal vez no, pero por lo menos sabremos que no estamos solos, que podemos todavía luchar por sacar adelante a nuestros hijos, dejarle al país hijos que puedan dar esa pelea que se inició en nuestros hogares. ¿Podríamos tener un efecto dominó? Antecedentes hay y capacidades sobran, a mí me consta.

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