Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Un aspecto que suele pasar más o menos inadvertido en nuestras actuales sociedades es que los jóvenes se encuentran expuestos a una serie de peligros que pueden afectar notablemente sus vidas.
En efecto, los jóvenes (entendamos por tales los menores de 30 años) se han convertido en un segmento extremadamente vulnerable, en el cual no solo es relativamente fácil sembrar una serie de ‘necesidades’ de todo tipo, sino que además ofrece muchas garantías de transformarse en el corto plazo y por varias décadas en un mercado cautivo de estas.
Así, conductas que van desde el consumismo insaciable, al afán de emociones nuevas, hasta el consumo de alcohol, drogas o sexo en general buscan asaltar la ciudadela de la inexperiencia juvenil, so pretexto de respetar su ‘autonomía’, sus ‘derechos’ o su ‘realización personal’.
Aunque este fenómeno se vista de ‘progresismo’, en el fondo viene a ser un notable abuso respecto de sujetos incapaces ante la ley por su inmadurez, o que carecen de la suficiente experiencia para sopesar las reales consecuencias de las decisiones que toman, supuestamente de manera libre y responsable.
Pero además, como en muchos casos todavía se están formando como personas, es muy probable que estas necesidades creadas generen en ellos una dependencia que será muy difícil erradicar en el futuro.
A lo anterior se añaden, entre otras, dos agravantes: la primera es el incentivo que en muchos países las autoridades y la legislación dan a este lamentable fenómeno (por ejemplo, incitando la actividad sexual o permitiendo el consumo de drogas), tratando a estos jóvenes como si fueran adultos, pese a seguir siendo muchos de ellos incapaces jurídicamente para casi todo lo demás; y la segunda es la crisis de la institución familiar, que tiene múltiples causas, pero que ha redundado en una desatención de los menores en momentos claves de su formación.
Todo esto está trayendo y traerá notables consecuencias. Muchas de estas vidas terminarán arruinándose o afectando gravemente las de otros, fruto de estas decisiones abusivamente incentivadas e inmaduramente tomadas en su momento.
Por eso, es hora de ver a muchos de estos jóvenes como víctimas del sistema, pues existe aquí un abuso intelectual y afectivo sobre ellos, que no tienen las suficientes armas para defenderse de estos peligros. Nuestros jóvenes se han transformado en un codiciado botín.