The winner takes it all (El ganador se lo lleva todo)

José Manuel Rodríguez
Doctor en Ciencias Sociales – Docente UCSP

La política moderna es una guerra sin balas. Una guerra simbólica. Es decir con todo simbólico: armas, balas, muertos en batalla y prisioneros ejecutados (uno hasta con un conazo de gracia en la nuca). 

¿Esta batalla la ganó Vizcarra? Sí y no. Sí porque se hizo lo que él quiso y expresó: la disolución del Congreso de la República. El debate sobre la constitucionalidad o no de su acción es ya historia, meme y cosa de Facebook. Y claro, ni las caras ni los hechos de la política peruana divierten o son atractivos, salvo don Salva que ha aparecido poco en el final de esta contienda. 

No, porque, como dijo un curioso editorial de El Comercio, perdimos todos, y eso lo incluye a él. Perdimos el orden democrático. Volvió a cero el contador de accidentes dictatoriales después de 27 años. Unos dicen que son solo formas, leguleyadas y manías, letra sin espíritu; otros que en realidad estamos ante un golpe de Estado. Y, a juzgar por la ausencia de tanques en las calles, pánico económico, desaparecidos, aparecidos y detenidos, es un golpe como esos de Kung Fu, que no se sienten al principio y después te producen una embolia y te matan.

No, o no solo él, o no principalmente él, o no él porque en realidad parece que no le quedó otra que seguir una agenda que en realidad no es suya, o no tan suya. Disculpar este lenguaje tan ambiguo pero ambigua es la situación. No creo ofender a nadie si digo que detrás de todo prócer de alguna causa justa —nada más justo que luchar contra la corrupción— hay grandes intereses. Y grandes inversiones. Miramos al que celebra y nos haremos una idea de quiénes son los interesados y los inversores. 

Damos pena. El ensañamiento contra el adversario caído, la exacerbación de pasiones e insultos, el uso indiscriminado de falacias sin argumentos es algo vergonzoso. De los dos lados. No sabemos, y me incluyo en primera fila, “ganar sin orgullo ni perder sin rencor”.

Celebra sobre todo, y con mucha algazara, la izquierda. La de saco, corbata y estudio lujoso en San Isidro; la de camisa, jean y cara de analista; esa de la narrativa heroica y libertad de prensa; la de blusas, ojotas, bolsa incaica; la de Barranco y la juerga; la de la revolución permanente, el prohibido prohibir. Silvio, Pablo y Facundo en su versión más católica. 

Y va sin ironía mi sucinta descripción de los vencedores-celebrantes. Es lógico que celebren. Los ilusiona el cambio, y, no pocas veces los arrastra el discreto encanto del cambio por el cambio y que la tortilla se vuelva para que los pobres coman pan y los ricos coman lo que puedan. Comprendo perfectamente este encanto.

Le ruego, estimado lector, que por favor sea sensato: jamás diría que todos los que se alegran con esta disolución son de izquierda. Los que no lo son, según yo, se alegran porque no ven la negra amenaza que se cierne sobre todos y cada uno de los hogares peruanos. Y no son teorías de conspiración para amenazarlos con Maduros, Evos y Kirchneres. Son datos. 

Es evidente y confeso el contenido ideológico de estos amigos: cambio del modelo de familia, cambio del modelo económico, cambio de la cultura católica del Perú por otra más abierta, tan abierta que ya no tiene contenido (por lo menos católico, lo que se dice católico, no), cambio de valores, cambio de sentido común, que se vayan todos menos unos, que regresen los buenos, cambio de menú, cambio de noticias, cambio de historia, cambio de cambios. 

Y otra vez, le ruego estimado lector, que no ponga en mis palabras lo que estas no contienen. No estoy defendiendo el status quo pero parece bastante que con Vizcarra como mascarón de proa vienen en el buque la ideología de género, la promoción del aborto, la agenda global, el nuevo orden mundial, el socialismo económico y todos a bailar al son de una imposible “Cuba sin pobreza” que no será mucho mejor que el canibalismo liberal del modelo actual, con Odebrecht como expresión de que lo único realmente democrático y que no discrimina a nadie es el dinero de la corrupción. No discrimina pero vaya que esclaviza y estupidiza.

Probablemente, como el de gobiernos anteriores, este nuevo “gran cambio” cargado de honestidad, indignación puritana selectiva y pulcritud moral de izquierdas sea básicamente mocos por babas pero con agenda impuesta hasta donde se pueda y polarización por los mismos temas (vida y familia, estado laico, educación religiosa, etc.).  

El otro temita es el de Chinchero que no parece estar saneado y podría ser uno de los móviles personales más importantes para el, según unos pocos, ex-presidente y según unos varios, presidente del Perú. 

Y un último comentario. Damos pena. El ensañamiento contra el adversario caído, la exacerbación de pasiones e insultos, el uso indiscriminado de falacias sin argumentos es algo vergonzoso. De los dos lados. No sabemos, y me incluyo en primera fila, “ganar sin orgullo ni perder sin rencor” como reza el himno de las olimpiadas escolares de un prestigioso colegio religioso limeño.

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