Príncipe de Paz

Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

Faltan escasas horas para la Navidad, en la que celebramos el cumplimiento de la promesa que, siglos antes, Dios hizo al pueblo de Israel a través del profeta Isaías: “Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14). Como bien explica el evangelista san Mateo, Emmanuel significa “Dios con nosotros” (Mt 1,23).

De modo que en la Navidad celebramos que la Virgen María da a luz a Jesús, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad. Es el mismo Dios que se hace hombre para ser “Dios con nosotros”, participar de nuestra historia humana y, desde dentro, transformarla en historia de salvación. Como dice el evangelista san Juan: “el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).

En Navidad celebramos que Dios ha entrado en este mundo y lo ha hecho para quedarse; porque no solo ha vivido en este mundo los años en que Jesús de Nazaret caminó por Galilea y Jerusalén, sino que aun después de ascender al cielo continúa con nosotros, como Él mismo lo anunció: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de mundo” (Mt 28,20). Jesús camina con nosotros, en la Iglesia, y a través de ella camina con la humanidad. Es nuestro compañero de camino, aunque muchas veces no lo reconozcamos, como tampoco lo reconocieron aquellos dos discípulos que, tristes y decepcionados, volvían a Emaús después de haberlo visto muerto y sepultado (Lc 24,13-16).

El profeta Isaías también anuncia que el “Emmanuel” es el “Príncipe de Paz” (Is 9,5), que viene a traer la paz a este mundo. El mismo Jesús lo dijo después a sus discípulos: “Les dejo la paz, mi paz les doy” (Jn 14,27) y más tarde lo predicó san Pablo: “Él es nuestra paz” porque vino para crear un “hombre nuevo…por medio de la cruz, pues por Él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2,14-18).

La Navidad, entonces, es la gran fiesta en la que acogemos la llegada de nuestro salvador: Dios que viene a habitar con nosotros para salvarnos de las insidias del mal y los engaños del demonio, salvarnos del pecado y la muerte, hacernos partícipes de la resurrección de Jesús y de su naturaleza divina, para que nosotros podamos vivir en paz y en comunión unos con otros y con Él, desde ahora y por toda la eternidad.

En estos días en que nuestro Perú está tan convulsionado por la polarización y la violencia que está causando tantos daños materiales y ocasionando tantas muertes, la Navidad que se acerca nos ofrece la posibilidad de acoger al “Príncipe de Paz” para que restaure la paz en nuestra nación, nos reconcilie como peruanos y haga posible que, dejando de lado intereses egoístas e ideologías extrañas a nuestra identidad nacional, construyamos juntos un Perú donde reinen la justicia, la paz y la fraternidad.

Por eso, permítanme pedirles que en esta Navidad todos abramos nuestros corazones, nuestros hogares y nuestra sociedad a Jesús, para que, reconciliados por Él, también nosotros seamos agentes de paz y reconciliación. Que no nos suceda lo que a Jerusalén, a la que Jesús llorando le dijo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!…porque no has conocido el tiempo de tu visita” (Lc 41-44).

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