Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, volvió a encender las redes sociales con una de sus habituales declaraciones intempestivas. La madrugada del domingo, anunció en la plataforma X que impediría el aterrizaje de dos aviones con migrantes deportados desde EE.UU. La respuesta de la administración Trump no tardó en llegar y fue demoledora.
En cuestión de horas, Washington suspendió la emisión de visas en Bogotá, impuso un arancel inicial de 25 % a productos colombianos con la amenaza de elevarlo a 50 %, revocó las visas de funcionarios del gobierno y de sus familiares, y endureció los controles a turistas colombianos. Un golpe diplomático y económico que dejó en jaque a la Casa de Nariño.
Desesperada, la Cancillería recurrió a expresidentes y contactos en Washington, logrando a última hora un canal con el secretario de Estado, Marco Rubio. Al final del día, Colombia se rindió y aceptó todas las condiciones de EE.UU., evidenciando que la valentía en redes sociales no siempre se traduce en estrategia geopolítica.
Más allá del incidente puntual, el mensaje de Trump fue claro: los gobiernos de izquierda que desafíen su política migratoria pagarán un precio alto. Para Colombia, un incremento de aranceles habría sido catastrófico, especialmente para su industria de exportación de flores, cuyo mercado clave es EE.UU. en fechas como San Valentín.
Aunque el peor escenario se evitó, las represalias continúan. Washington ya anunció que no suministrará repuestos para los helicópteros Black Hawk, esenciales para la Fuerza Aérea colombiana. La lección es evidente: en política internacional, desafiar a una potencia sin una estrategia sólida no es valentía, sino un error costoso. Petro aprendió, quizás demasiado tarde, que en este juego no basta con alborotar el avispero.