Nos quieren matar

César Félix Sánchez
Filósofo

El cierre del llamado ‘tercer tramo’ de la variante de Uchumayo era solo el inicio del colapso de Arequipa, al parecer. Esta estructura —creada primigeniamente por Fernando Belaunde en su primer periodo y ‘renovada’ catastróficamente por la infame gestión regional de Daniel Vera Ballón—, aunque orientada a constituirse en un acceso y salida modernos de la ciudad, acabó convertida en lo más cercano a una vía expresa o de acceso periférico.

Cabe recordar que uno de los aspectos más ‘pesadillescos’ del tránsito en Arequipa —aunque lo que estamos viviendo en estos días lo deja chico— es la infraestructura vial adecuada solo para una ciudad de trescientos mil habitantes. La variante, demás está decirlo, aligeraba bastante el tránsito entre las dos partes de la ciudad. A las 8:15 de la mañana, por ejemplo (y lo digo por experiencia directa cotidiana), podía irse de Bustamante y Rivero a Umacollo en 15 minutos. Aunque usted no lo crea.

Pero ahora la situación es terrible. Cierto día me preguntaba cómo puede ser que una distancia que antes podía ser salvada en un automóvil en 15 minutos acabe demorando 45 en las carcachas atestadas y salvajes a las que eufemísticamente se denomina transporte público —aunque sabemos que no es ni transporte ni público—. Iluso de mí. Al día siguiente tomé un taxi y demoré 50 minutos.

Como si estuviésemos en el Triángulo de las Bermudas, los arequipeños somos víctimas en estos días de toda suerte de «singularidades» espacio-temporales. Es prácticamente imposible calcular cuánto demorará uno en llegar de un punto a otro, por más que se esté relativamente cerca. Se da el caso, incluso, que a veces uno saliendo tarde llega antes a un lugar que saliendo temprano.

La negación del movimiento, planteada por Zenón y su tortuga, ha llegado a ser verdad en Arequipa. Para llegar de un punto a otro tenemos que pasar antes por infinitos puntos intermedios llenos de conductores que juegan a una especie de Tetris conceptual,  encajando sus carros unos contra otros, aun si no tienen oportunidad de pasar; camiones que descargan en la vía pública; misteriosos embotellamientos; semáforos absurdamente cortos en vías de gran tránsito; miserables callejones atestados incluso de doble sentido, pero de importancia ‘arterial’ —como la infame calle Mollendo,la jocosamente denominada Calle Grande y el óvalo de Vallecito—.

Los personajes superdotados que nos gobiernan —y que a lo largo de la historia reciente han dado muestras de sus grandes talentos (desde las obras chatarra de Romero y Vera Ballón hasta el huaico artificial producido por Zegarra en el 2013)— no han tenido mejor idea que ‘juntar obras’. Al cierre de la variante de Uchumayo se ha unido el cierre de un carril de la avenida Dolores, por obra del Gobierno central y de la Municipalidad de Bustamante y Rivero; y el del óvalo de Los Incas, por la Municipalidad Provincial.

Nos quieren matar. ¿Qué sentido tiene mezclar todas las obras ahora? Ninguno, a no ser que pensemos mal, como especulábamos con mis compañeros de martirio: los taxistas. Y con aquella gente siempre se acierta al pensar mal. Por ahí surge la hipótesis de que como ya no hay reelección, todas las obras (y las comisiones y demás ‘muertos y heridos’ que vienen con ellas) se deben concentrar en periodos cortos.

Por otro lado, la otra hipótesis, viejísima como nuestra democracia municipal de masas, asoma: la obra en vísperas de la época de lluvias, que asegura doble gasto (y dobles extras); e incluso, si tenemos excepcional suerte, catástrofe y declaratoria de emergencia y así poder direccionar licitaciones sin concurso (y eso implica triples extras). ¡Qué será! Lo cierto es que ya no hay ganas ni de salir de casa. Me pregunto qué irá a ocurrir en las fiestas.

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