La criminalización de lo masculino

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

El último “Informe anual sobre derechos humanos de personas trans, lesbianas, gays y bisexuales en el Perú”, elaborado por la ONG Promsex, recoge la siguiente estadística: de abril del 2015 a marzo del 2016 se produjeron ocho de los llamados ‘crímenes de odio’ contra personas homosexuales. De estos, tres fueron perpetrados por la pareja o la posible pareja del asesinado. En el periodo 2013-2014 ocurrió algo similar: en 9 de 17 asesinatos de homosexuales involucraron a sus parejas.

Si sumamos podríamos enunciar algo así: en un periodo de 3 años, 12 de 25 asesinatos de homosexuales tuvieron como responsables a homosexuales. Esto significaría que el 48 % de homosexuales asesinados fueron muertos a manos de otros homosexuales. A partir de esta cifra, estimado lector, ¿se atrevería usted a afirmar que el Perú es un país de homosexuales asesinos? Y si acaso lo llegara a asegurar, ¿en qué ayudaría eso a reducir la tasa de personas con orientación sexual diferente asesinadas en el país?

Lo anterior viene a razón de la campaña #PerúPaísdeVioladores que circula en redes sociales, luego del ultraje sufrido por una empadronadora del último censo nacional realizado el pasado 22 de octubre. Usando este episodio ominoso y algunas estadísticas se ha regado la generalización de que vivimos en un país donde el modus operandi masculino en sus relaciones con las mujeres es, básicamente, la violencia sexual.

Que no se piense que estoy justificando el abuso. Tampoco que lo estoy negando. En nuestro país, miles de mujeres son golpeadas por imbéciles que piensan que así son ‘más hombres’. O violadas una y otra vez por enfermos sexuales. Tristemente, muchas veces estos enfermos viven en la misma casa que las afectadas o son parte de su entorno.

Ante esto, lo que cabe es, con toda firmeza, prevenir, rechazar, denunciar y castigar toda forma de maltrato. También, de seguro, habrá que hacer serios intentos por visibilizar el problema para facilitar, a través de ello y en lo que cabe, el que las víctimas encuentren justicia.

Lo que no podemos hacer, en nombre de la defensa de la mujer, es criminalizar la masculinidad como si esta fuera, en sí misma, violenta y abusiva. Se intenta poner freno a la violencia machista —que existe, es condenable y constituye una desviación de la verdadera masculinidad— usando el feminismo a ultranza —que por principio desprecia lo masculino— como camino de concientización social, permitiendo la aparición de una espiral de encono y resentimiento en contra del varón, por el solo hecho de ser varón. ¿Qué problema de violencia se resuelve de esta manera?

Cabe pues una seria reflexión sobre los pre-supuestos que sostiene nuestra lucha contra la violencia y los mecanismos que usamos para prevenirla y hacerla pública. Por último: no me indigna más el hashtag que la violación de la voluntaria del censo. Es al revés. Porque me indigna la violación es que critico iniciativas como #PerúPaísDeVioladores, pues no buscan resolver el problema, sino imponer una interpretación ideológica de este. Eso también es violencia.

Salir de la versión móvil