La Arequipa del dos por uno

Renato Sumaria Del Campo
Director del Quincenario Encuentro

No estamos en la Arequipa que conocimos cuando éramos niños. La modernidad parece haber arrasado aquello que considerábamos parte de un entorno cotidiano y que hoy no es más que una simple añoranza.

Yo, por ejemplo, cada vez que voy al Mall de Porongoche, recuerdo aquellas tardes noventeras de carreras de caballos en las que con mi mejor amigo le hacíamos fuerza a “Chola lisa”, una yegua perdedora a más no poder propiedad de un compañero de colegio. ¡Cómo bancábamos a la pobre! Hoy, por sobre la zona de las caballerizas del viejo hipódromo, encuentro un dos por uno en chompas.

Cada quien, seguramente, tiene una historia que lo lleva a constatar que la Arequipa de su infancia no existe más. En parte ello es normal porque el mundo se moderniza, hay más gente que necesita más espacios y el progreso económico tiene seguramente un saldo positivo para todos.

Sin embargo, en su extremo negativo, esta Arequipa del nuevo siglo parece estar en la tensión de vender o no su alma al progreso, renunciando a cuestiones elementales que sintetizan aquello que durante muchos años se enarboló como una “identidad”.

Y así, lejos de consolidar un conocimiento profundo de lo que significa ser arequipeño hoy emerge un orgullo por la tierra casi anecdótico, concentrado en “neotradiciones” por demás efímeras y superficiales como “cantar el himno de Arequipa a la medianoche en el Jardín de la cerveza” o ir a ver algún partido de melgarcito para sentir que estamos en onda con el aniversario.

No reparar seriamente en la identidad cultural mestiza de la ciudad, en su profundo espíritu religioso, en el sentido de entorno familiar, en el civismo y en el pasado revolucionario, significa no entender lo que es ser arequipeño es un despropósito. Todas estas características, propias de la identidad, aportan luces para el caminar de una tierra que se enorgullece de su historia y tradiciones.

Quizá sea desde esa apertura al mestizaje que terminemos por asumir de forma correcta los procesos de migración que vive nuestra ciudad desde hace ya varias décadas. Es el espíritu religioso el que responderá a la arremetida secularista que, so pretexto de una apertura a lo “novedoso”, pretende tomar por asalto la interpretación de la realidad desde parámetros donde la fe es remitida al fuero privado de las personas.

Debe ser el sentido familiar el soporte que impida a nuestros habitantes caer en la relativización del valor de la vida humana y en el consumismo hedonista al que a veces nos lleva el crecimiento económico. Finalmente, es imprescindible reconocer que el espíritu revolucionario de esta tierra se fundamenta en su civismo, en su aspiración a la justicia y no en la subalterna manipulación de las masas para oponerse a todo sin más agenda que la imposición de ideologías deshumanizantes.

Los desafíos son muchos y hay que responder a ellos desde la serenidad que representa el saber quiénes somos. Asumir los retos del futuro, no significa negar la propia identidad. Feliz día, Arequipa.

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