Intolerancia y educación en el hogar

Monseñor Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

La masacre perpetrada en la discoteca Pulse, en la ciudad de Orlando (USA), en la que un sujeto mató a 49 personas e hirió a otras 53, aunque no se sabe a ciencia cierta si lo hizo porque eran homosexuales o por otra causa, ha consternado al mundo y merece el repudio de todos, como lo merecen también los constantes asesinatos de cristianos y miembros de otras religiones, el asesinato de personas inocentes por parte de delincuentes comunes, el sicariato y el aborto de indefensos niños por nacer.

Atentar contra la vida humana es, siempre, un crimen execrable. En esta ocasión, sin embargo, quisiera detenerme en lo sucedido en la discoteca Pulse y en otros hechos recientes que nos deben llevar a meditar sobre la alarmante dimensión que está tomando la intolerancia en nuestros días.

Hace pocas semanas, en medio de una manifestación juvenil en Santiago de Chile, un grupo de encapuchados entró por la fuerza a la Iglesia de la Gratitud Nacional, ubicada en la avenida principal de esa ciudad, destruyó diversos objetos religiosos y sacó un enorme crucifijo que fue destruido en la vía pública.

Más recientemente, en España el grupo “Endavant” convocó a una manifestación con motivo de la denominada “fiesta del orgullo gay” y usó como propaganda un volante con dos imágenes de la Virgen María besándose en actitud lésbica. Unos días antes, el interior de la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid fue pintado con lemas a favor del aborto.

Ciertamente, hay una gran diferencia entre asesinar seres humanos y profanar objetos o creencias religiosas; pero ambos hechos ponen de manifiesto la intolerancia de ciertos grupos de personas que, si no tomamos medidas adecuadas, irán en aumento.
Si bien el Papa Francisco nos ha recordado recientemente que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden equipararse al matrimonio (Amoris laetitia, 52), siguiendo la doctrina católica también nos enseña que “toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de discriminación injusta, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 276; AL, 250).

La dignidad de la persona humana es la base del derecho fundamental a la vida, así como del derecho a ser respetada en su propia identidad y del derecho a la libertad religiosa, entre otros. En tiempos como el nuestro, en que la intolerancia va en aumento y no respeta la dignidad de las personas, como incluso lo hemos visto en la violencia desatada en las redes sociales durante la reciente campaña electoral, es preciso poner especial énfasis en educar a las nuevas generaciones en lo que el Papa Francisco ha llamado “cultura del encuentro”.

Esta tarea le corresponde sobre todo a la familia, que es la primera escuela en la que se deben aprender los valores humanos. “La familia es el ámbito de la socialización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir…Allí se rompe el primer cerco del mortal egoísmo para reconocer que vivimos junto a otros, con otros, que son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad, de nuestro afecto” (AL, 276). El amor entre los esposos y su apertura a la vida es la mejor manera de enseñar a los hijos a abrirse a los demás para construir juntos una cultura del encuentro y no del descarte, la intolerancia y la violencia.

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