Fernandini

Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno José Luis Bustamante y Rivero de la Universidad Católica San Pablo.

La semana pasada comentábamos sobre la relevancia de la libertad de prensa, que es indispensable para la vida democrática de un país, esta semana —y como ocurre en nuestra dinámica realidad nacional— es necesario reflexionar sobre la responsabilidad ética del periodista, el elemento que le da equilibrio a la fórmula.

Mauricio Fernandini se acogió a la confesión sincera ante el Ministerio Público en las últimas semanas, al haber sido implicado en el caso de “asesores en la sombra”, durante el gobierno de Pedro Castillo y que su epicentro estaba en el Ministerio de Vivienda, cuyo jefe de gabinete en ese entonces era ni más ni menos que Salatiel Marrufo, uno de los hombres de confianza del presidente.

La relevancia de este caso radica en que, mientras coordinaba y programaba las reuniones clandestinas en su departamento, para entregar el dinero que la empresaria Sada Goray le quería proporcionar a Marrufo, Fernandini se desempeñaba como comentarista de la realidad nacional, en la principal cadena radial del país en 2021 y 2022.

Fernandini señaló en más de una ocasión con indignación, las acusaciones de corrupción que salpicaban al gobierno de Castillo y él le expuso a la audiencia dichas denuncias, como el capítulo de los encuentros clandestinos del presidente en la casa de Sarratea, los 20 mil dólares en el baño de la oficina de Bruno Pacheco, el contrato de Karelim López y el puente Tarata III, la complicidad de los “niños” de Acción Popular en el Congreso, en fin.

El micrófono es un gran poder, pero requiere una gran responsabilidad, porque la ética —en la vida personal— y la deontología —en la vida profesional— es lo que permite que el periodismo sea el contrapoder que necesitamos.

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