Escila, Caribdis y el viejo Argos

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

Escila es un monstruo que devora a los marineros; Caribdis, uno que devora barcos enteros porque tiene forma de remolino. Se puede pasar entre ambos peligros evitando acercarse a cualquiera de los dos. El Argos es la nave en la que Ulises, u Odiseo, pretendía llegar a Ítaca para reunirse con su querida Penélope, que andaba tejiendo y destejiendo mientras voraces pretendientes la rondaban a ella y, sobre todo, al trono.

Mi analogía no va a ser exacta ni novedosa, solo espero que sea eficaz. El Argos es el país; Ulises y los argonautas somos todos los pobres ciudadanos que queremos llegar a Ítaca, es decir, a esa patria que soñamos: un lugar con la salud, la seguridad y la educación razonables para ser lo más felices que se pueda en esta vida; para abrazar a nuestras penélopes, confiar en ellas y ver crecer a nuestras familias con futuro, sin andar peleando contra brujas, cíclopes, sirenas y demás trasgos mitológicos e ilógicos.

Escoja usted cuál es Escila y cuál Caribdis, a mí me da exactamente igual. El asunto es que nuestro país está en peligro de naufragar por dos peligros que llamaremos la naranja mecánica y la huevera de esturión.

La naranja mecánica es un sistema blindado, ‘estupidizante’ y narcótico por naturaleza. No se pertenece a ella sin renunciar a cualquier inteligencia que no sea su negación, es decir, el pragmatismo. Con el pragmatismo, la naranja exige la incultura o la cultura puesta al servicio de una determinada praxis, con lo que, como cultura, desaparece.

Se mueve exclusivamente por poder y su estrategia más común es la de copar poderes, llenar los espacios de poder con ‘su gente’, es decir, con sus víctimas. Parece que cuando ella devora y digiere uno lo primero que ocurre es el secuestro del lenguaje y la muerte de toda lógica para someterse a una disciplina partidaria cerrada.

La huevera de esturión (no se me ocurrió nada más ingenioso para hablar del caviar) es un monstruo sin forma definida, su naturaleza coloide —muy similar a ‘la amenaza de Andrómeda’— le permite introducirse por cualquier resquicio emocional. El arte del caviar consiste básicamente en hacerte sentir bien si afirmas lo que el caviar considera correcto, muy mal o muy malo si se te ocurre contradecirlo.

Acostumbrado a una dialéctica muy simple («yo tengo razón, tú te equivocas»), el caviar invoca siempre la libertad, la tolerancia y la igualdad cuando se trata de sus tentáculos. La dictadura, la intolerancia y la injusticia, cuando se trata de sus opositores.

Se consiente así el mejor de los mundos: consume como cualquier consumidor del primer mundo; se autopercibe como inmaculado moralmente porque es sincero; se siente amado por todos los pobres y los explotados del planeta; pero jamás se ensucia las simbólicas ojotas si es poeta y bohemio, ni el terno Segna si es, como muchos, un abogado de éxito con muchos millones, pero sobre todo con gran sensibilidad social especialmente dirigida a los pobres y equivocados ‘terrucos’.

Cuando algún argonauta cae en las redes de alguno de estos dos monstruos, comienza a luchar para combatir al otro y el pobre Argos, como está ocurriendo hoy, comienza a dar vueltas en círculos. Algún Ulises de turno tratará de hacer algo pero será a su vez devorado por la polémica estéril entre las dos fuerzas de la irresponsabilidad, la mediocridad intelectual y la delincuencia política.

¿Cómo pasamos entre Escila y Caribdis? La misma Odisea propone una forma. Hay que taparse los oídos para no escuchar tanta sandez y comenzar a mirar al horizonte, hacia Ítaca; ponernos de acuerdo los argonautas, rescatar a los que podamos de las garras de los dos monstruos; volver a lo que somos; mirar las razones del viaje; hacernos solidarios; volver sobre la base de nuestra mejor tradición moral.

Yo creo que es el catolicismo; la fe en Jesucristo que se plasma en la búsqueda del bien común, lo que nunca debió perderse; el rescate de los principios fundamentales de la vida social: la persona humana, el bien común, la subsidiaridad, la solidaridad. Algún otro creerá en una tradición que sostenga los mismos principios. Bienvenidos todos.

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