Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro
Si las elecciones municipales fuesen mañana, ¿por quién votaría para alcalde de Arequipa? No estamos para hacernos esa pregunta tan temprano. Y es mejor prevenir que después lamentar el mismo error de siempre: votar por el mal menor.
Véalo así: la era Zegarra se acaba en poco más de dos años. Al menos seis meses antes de ello deberíamos tener claro quiénes van a competir por alcanzar el sillón municipal y con qué planes de trabajo lo harán. ¿Tiene usted idea de la existencia de algún equipo, partido o agrupación política que ande reuniéndose por ahí para elaborar un plan de trabajo de cara al 2018? Porque si lo que Arequipa necesita es una gestión planificada, quien la busque gobernar con orden y autoridad ya debería estar armando un derrotero claro de lo que hay que hacer.
Lo que se tiene como información es que, al parecer, nadie quiere comerse el pleito. Dentro de poco, entonces, irán apareciendo curiosas encuestas en Internet presentándonos como alternativas algunos nombres de alcaldes distritales y uno que otro político itinerante. Y así iremos construyendo nuevamente nuestra fauna política local.
Una dificultad a superar es que no podemos proyectar la mirada de aquí a dos años porque estamos atorados en los problemas del día a día. La ciudad que padecemos hoy es consecuencia del haber tenido que elegir entre caudillos regionalistas, males menores, alianzas de última hora y personajes que “hicieron obra en su distrito”.
Encontrar a algún alcalde con un proyecto de ciudad nos remontaría a 1940, cuando don Julio Ernesto Portugal alentó un importante crecimiento que se plasmó en entornos como el del parque Selva Alegre y la urbanización IV Centenario; y en obras como el teatro Municipal, el estadio Melgar y el barrio Obrero, que para la época (hace 72 años) significaron un importante avance.
O nos llevaría a los tiempos de la Junta de Rehabilitación y Desarrollo —esa reunión de notables creada por Manuel Prado y consolidada en el primer gobierno de Fernando Belaunde— que permitió no solo la reconstrucción tras los terremotos de 1958 y 1960, sino que impulsó obras visionarias para la época: la variante de Uchumayo o el Parque Industrial, entre otras.
Nuestra actualidad es diferente. Pagamos las consecuencias de la improvisación y del escaso compromiso por ‘pensar Arequipa’. ¿Quién podrá defendernos? En el horizonte inmediato no hay un Chapulín Colorado, pero podría haberlo si los grupos políticos o las organizaciones de base hacen desde ahora un trabajo planificado. Desde donde estamos, lograr ese objetivo es relativamente sencillo. Se necesita buena fe, entusiasmo y un buen grupo de trabajo. Y claro, alguien honesto y capaz que quiera subirse al carro de la política y competir.
Pensar en quiénes podrían hacer ese trabajo nos abre a la esperanza, pues en el espectro público se puede ubicar a gente talentosa y honrada que bien podría ponerse al hombro esta titánica labor de rescatar del caos a esta hermosa tierra. Pero se cuestiona profundamente que esa misma gente prefiera mantenerse al margen de todo, ‘aportando desde lo privado’.
‘Pensar Arequipa’ es un esfuerzo que exige tiempo y sapiencia, pero sobre todo capacidad de servicio y un afán de multiplicar los talentos personales en bien de una causa que vale la pena emprender. Estamos a tiempo para comenzar a cambiar las cosas y así lograr que en el mediano plazo la opinión pública no coloque como primer y único candidato a ese impertinente y desalentador “No sabe, no opina”.