Elecciones: “guerra avisada no mata gente”

Juan David Quiceno Osorio
Filósofo y docente de Humanidades – UCSP

Valdría la pena ahondar un poco en lo que significa este refrán de cara a lo que se nos viene en las próximas elecciones regionales y municipales. Además, habrá que considerar también que, en otras partes del mundo, este dicho popular tiene otra versión que tiene una rima que impide olvidarlo: “guerra avisada, no mata soldado… y si lo mata, es por porfiado”.

En otras palabras, si la guerra mata gente es por terca, por contumaz, por cerrada, por tozuda o cualquier otro adjetivo que podamos usar para decir que se sigue por la misma vía a pesar de saber que se va al abismo. Veamos pues de qué estamos hablando y si podemos sacar algunas conclusiones útiles de cara a las elecciones de gobierno regional y local.

Sin duda alguna las pasadas elecciones presidenciales y congresales pusieron al país frente a una situación sumamente difícil y dramática. La polarización llegó al punto de poner al ciudadano a escoger el mal menor entre dos candidatos que tenían más contras que pros. Los electores se vieron arrojados a una escena pública que los invitó a desatar sus pasiones y a apoyar fanáticamente causas que bien podemos denominar como radicales.

Todo esto cuando el país reclamaba a gritos un excelente gestor. Una persona con carácter, capaz de tomar decisiones importantes por las personas que están más allá de sus círculos íntimos y un excelente equipo técnico con capacidad para afrontar las crisis que evidenció la pandemia. Es decir, ese enorme derroche de dinero en corrupción, brechas del sistema de salud, poca solidaridad entre los ciudadanos y una alta incapacidad para cumplir con las normas.

Sumido en una pelea interna, con cambios continuos en los ministerios y escándalos por “presunta” corrupción el Gobierno actual ha generado más dificultades que soluciones. La cuestión será si ante estos hechos, frente a las presentes elecciones regionales y municipales volveremos a cometer los mismos errores. Es decir, si “moriremos en la guerra”. Si morimos por el orgullo, por el populismo o la identificación racial o, como es ya costumbre, —por intereses personales— apoyaremos a candidatos que solo perpetuarán las malas gestiones y el caos de un país con enormes potencialidades desperdiciadas.

Faltan escasos días para que las elecciones sucedan y más allá de las pintas, los escándalos en las esquinas y la publicidad que evidencia que algunos candidatos tienen más dinero que otros para hacer campañas, las propuestas parecen invisibles. Salvo las que hacen mucho ruido para alentar al elector. Hay entusiasmo en varios candidatos, algunas personas honestas que se animaron a salir del ámbito privado para arriesgarse en meterse a la política, pero también hay antiguos persecutores de regalías, contratos, ideologías y, sobre todo, de poder.

La elección recae, una vez más, sobre un país dolido con sus políticos, con enormes problemas críticos y con una actitud muy indiferente frente a lo público. He ahí parte de la enfermedad que nos hará morir en la guerra. ¿Será que nuevamente cometeremos el error de morir en una guerra de la que ya hemos sido notificados? Otra vez los desinformados, los indiferentes, los que se identifican con algún aspecto racial o que simplemente buscan un beneficio propio más allá del público, ¿serán los que decidan el futuro de las regiones y municipalidades?

Estamos a tiempo de participar en este proceso, buscando discernir quiénes son los mejores gestores, quiénes son los candidatos que tienen valores y suficiente humildad (no que son pobres) para trabajar mano a mano con la gente, quiénes escuchan y quiénes tienen un aparato técnico que quizá puede ayudarnos no solo a pavimentar calles, sino a mejorar la salud, la educación, la seguridad, el trabajo, el deporte y la cultura.

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