El don de la paternidad

Javier Del Río Alba

Arzobispo de Arequipa

“Doblo las rodillas ante el padre, de quien toma nombre toda paternidad” (Efesios 3:14). Esta frase del apóstol San Pablo nos recuerda que, en el diseño de Dios, toda paternidad es un don suyo, tanto para el padre como para los hijos.

Como dice el papa Francisco en su exhortación apostólica, Amoris laetitia, Dios pone al padre en la familia para que, con las características propias de su masculinidad, comparta todo con la esposa-madre para que acompañe y guíe a los hijos en las diversas facetas de la vida.

He aquí el primer aspecto de la paternidad como don: Jesucristo nos ha revelado que el ser humano se realiza como tal, en la medida en que ama y da la vida por los demás; la paternidad, por lo tanto, es un medio privilegiado para que un hombre se realice amando a sus hijos y dando la vida por ellos, educándolos, formándolos como personas y alentándolos a lo largo de toda su existencia.

El segundo aspecto del don, visto desde la perspectiva de los hijos, radica en la gracia inmensa de tener un padre que sepa guiarlos por el camino del bien, darles la seguridad que necesitan y respetar su propio proceso de crecimiento y maduración que, como es natural, no está exento de equivocaciones.

Como también dice Francisco, “los hijos necesitan encontrar un padre que los espere [incluso] cuando regresan de sus fracasos” (AL, 177).

Lamentablemente desde hace algunas décadas, la paternidad está en crisis. Como explica la Dra. María Calvo, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid e investigadora de la Universidad de Harvard (USA) en su informe, La importancia de la figura paterna en la educación de los hijos (Madrid 2015), se extiende el convencimiento de que el rol del padre y de la madre son intercambiables, que la figura del padre puede ser prescindible o lo que es peor, que los únicos modelos válidos de conducta para la educación de los hijos son los femeninos-maternales.

De esta manera, cada vez más padres se consideran inútiles o innecesarios, rechazan asumir el rol que les corresponde según su innata masculinidad y pretenden asumir la sensibilidad propia del código materno o ser solo ‘amigos’ de los hijos.

En pocas palabras, se extiende la confusión; los padres no saben cómo ser padres y desertan de la misión que les corresponde para con sus hijos. Con ello, no solo echan a perder el don de la paternidad que Dios les dio, también privan del mismo a los hijos, cuya percepción de la realidad se ve afectada, lo que ocasiona que no pocas veces asuman comportamientos antisociales o tengan tendencias homosexuales.

En este contexto, en este Día del Padre, hago un llamado a que todos sepamos acoger la paternidad como un regalo que Dios nos dio, porque lo necesitamos. El padre es el primer modelo de masculinidad que deben conocer los niños y las niñas. Si se pierde la paternidad, perdemos todos.

En cambio, todos ganaremos en una sociedad que sepa valorar la paternidad y la maternidad, cada una con sus propias virtudes y rasgos complementarios. Felicito a todos los papás en su día y les agradezco por todo el bien que hacen a la familia y a la sociedad. Y para aquellos que no están cumpliendo con la tarea que les corresponde, pido a Dios que les ayude a no desperdiciar el don que les ha dado.

 

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