El colmo de la violencia y la agresividad

Henry Tapia Portugal
Director del Centro de Desarrollo de la Educación de la Universidad Católica San Pablo

Hace pocos días, los medios de comunicación nos trajeron la penosa noticia del asesinato de un profesor dentro de las instalaciones de su centro educativo. El hecho ocurrió en el distrito limeño de Ate Vitarte, el lunes 14 de octubre y decenas de estudiantes fueron testigos del macabro episodio.

No sólo condenamos enérgicamente este acto de violencia, sino que tenemos que reconocer que la delincuencia ha llegado al extremo de no respetar las sagradas aulas escolares ni a nuestros jóvenes estudiantes, mucho menos las consecuencias de propiciar un trauma en los menores.

A propósito de este penoso hecho, reflexionemos sobre la agresividad personal y social.

Actualmente, vivimos en un clima de agresividad constante y todos, de alguna forma, alimentamos progresivamente este clima, provocando que las cosas no vayan bien.

La agresivi­dad se va gestando en una persona frustrada y frustraciones se dan por doquier. Vemos sus efectos que nos golpean desde los diarios y los informativos televisivos.

¿Acaso hemos pensado en la cantidad de frustraciones, pequeñas o no, que hay dentro de nosotros mismos? No está mal que sepamos lo duro de nuestra realidad, pero no podemos dejar que las cosas continúen así. Debemos proponer soluciones que sirvan para meditar el camino a seguir.

¿Soy agresivo?, ¿por qué?, ¿contra quién?, ¿cuándo?, ¿qué hago para superarlo? ¿Sé poner paz donde hay odio?, ¿soy capaz de poner una sonrisa donde estalla la angustia? ¿Comprendo a los agresivos y les ayudo a mejorar?

Muchos de los problemas que enfrenta nuestra sociedad no tienen su origen en nosotros. Nosotros somos las víctimas de las frustraciones de otros, personas con quienes compartimos el mismo hogar, el ambiente de trabajo o estudios, el viaje, etc.

Tal vez estas ideas no calmen a muchos, pero sí provoquen una reflexión para estar prevenidos. Quizás en lo poco que el día ha avanzado, ya hemos sentido un asalto de agresividad motivado por algo que ocurrió en casa, por un desasosiego sin aparente causa, por la movilidad que no llegó a tiempo, por un tema que no preparamos, un fin de semana que nos dejó vacíos y tristes, o algo elemental que falló. Si nos fijamos un poco en profundidad: todos están nerviosos o agresivos.

Sin embargo, me permito señalar que vivir situaciones agresivas es, por otro lado, tener la oportunidad de responder con comprensión y sin despreciar a nadie.

Ahora recuerdo qué bello es el capítulo 31 y final del libro de los Proverbios, del Antiguo Testamento.

Ahí tenemos un modelo de mujer fuerte, enérgica, decidida siempre en todo. Una vida de trabajo, poniendo su ta­lento al servicio de la familia y del necesitado. Una mujer sin agresividad.

Esto sólo es posible con la paz in­terior, porque quien no tiene paz consigo mismo no la puede tener con los demás y, sin esa calma interior, los hombres no pueden hacer fructifi­car los talentos, los dones divinos de los que nos habla el Evangelio.

Tal vez te preguntes ¿cómo conseguir esa felicidad inte­rior que le quita el fuego a la agresividad? A mí me gusta pensar de este modo y lo digo como una simple orientación: Hoy echaré de mí todo espíritu triste. No me lamentaré de nada. Seré amigable. No criticaré, buscaré el elogio y el lado bueno de las cosas. Evitaré decisiones desagradables y violentas.

Tendré confianza en mí mismo. No tendré miedo. Haré frente a los problemas con decisión y valentía. No pensaré en el pasado que me hirió. No le guardaré rencor a nadie. El futuro le pertenece a los que luchan. Dios me ama y confía en mí.

¿Es posible ser agresivo sintiéndonos amados por Dios?

Al inicio de estas líneas dije que la persona agresiva es, por lo general, una persona frustrada, pero no lo seríamos tanto si tuviésemos un corazón sano que resista la ingratitud sin recelo, una actitud que afronte el desprecio sin despecho, el olvido sin resquemor, la ofensa sin resentimiento o el odio sin venganza.

Así, podremos conseguir un corazón para comprender y estimular el bien, soportar a las personas molestas e inoportunas y amar a todos.

Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, para héroes diría, como las miles de mujeres peruanas que multiplican su esfuerzo para alimentar a sus hijos, como los líderes de las comunidades que gastan sus energías en bien de los demás, tanta gente y tantos jóvenes y adolescentes anónimos que no se dejan vencer por el derrotismo y la desesperación.

Entonces, ¿por qué no seguir haciendo lo posible para que el mundo que nos rodea sea mejor y más feliz?

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