El cinismo anticatólico

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

Si un danés dibuja unas caricaturas burlándose de los musulmanes, se arma un lío de proporciones planetarias. También —y de manera más trágica— si un grupo de caricaturistas franceses hace añicos a Mahoma con dibujos por demás ofensivos, el suceso termina en un atentado grave. El mundo entero se solidariza. Y está bien.

Pero si algún par de “creativos” crucifican a una rana borracha, le ponen la cruz en el pecho a una modelo desnuda o —en terrenos domésticos— caricaturizan a Santa Teresa de Calcuta con una cola de diablo, entonces hay que hacer mutis. Nadie puede descalificar ese acto. Los medios y algunos usuarios de las redes optan por taparle la boca a cuanto católico quiera reclamar y comienzan a gritar: “¡Arte!”

Creo que no escribo esto desde la cerrazón ni sin reconocer el talento de quien lo tiene. De hecho, en la sección cultural de esta edición usted verá una crónica hacia otro trabajo —bastante bueno por cierto— del caricaturista arequipeño que dibujo a Santa Teresa de Calcuta con el detallito satánico. Lo que digo es que no parece muy tolerante, en un mundo además que se precia de tal, que aquellos símbolos o personajes que varios millones de personas tenemos como valiosos, sean cada tanto ridiculizados y burlados.

En un mundo de “tolerancias” lo único intolerable parece ser el catolicismo. Persiste hacia él un totalitarismo bastante soterrado, que se esconde cobarde bajo la falda de una falsa neutralidad, de “respeto” por las ideas, de “apertura” de mente, de lo políticamente correcto. Allí se cocinan las más graves ofensas contra Dios y contra quienes creemos en Él.

Contra la Iglesia Católica y quienes queremos permanecer fieles a ella. Contra la Cruz de Cristo y cuantos vemos allí resumidas nuestras más profundas convicciones religiosas. Contra los santos y el testimonio que reflejan para quienes creemos en ese ideal de vida.
Lo peor de todo es que quienes promueven esta forma de pensar se precian de tener una mente abierta. Conozco a una comentarista en Facebook, por ejemplo, que acaba de decir, a razón de la canonización de Teresa: “No necesitamos más santos sino más humanos”.

Y en su argumentación asegura que defendía la nula necesidad de los santos o de sus dudas acerca de ellos en virtud de la gran cantidad de libros que había leído y de sentirse una especie de filósofa. Y así se puede seguir encontrando casos de librepensadores que de honestidad intelectual tienen muy poco —porque para oponerse a algo hay que leer en qué se basa ese algo, no solamente reproducir las ideas de los que piensan como uno—.

Considero, entonces, que aquí hay algo más que “humor”: existe la convicción de retirar a la catolicidad del espacio público. Para ello no es necesario debatir con ella y apelar a las ideas, basta con ridiculizarla o atacarla. Al apanado se suman periodistas, académicos, artistas, dibujantes y paracaidistas de las redes sociales.

¿Para qué sacar a la Iglesia del debate? Tal vez porque les apetece difundir un dios a la medida del laicismo: escondido en algún rincón de la casa, callado, sin seguidores, temeroso y despreocupado de lo que pase en este mundo nuestro. Quizás quieran que todo pase a manos de la arbitraria idea de libertad que pretende imponernos modelos de vida “progresistas” desdeñando aquellos valores que muchos queremos conservar.

O también, quién sabe, busquen decirnos que todo es relativo y que nada es absoluto (por cierto, ¿han oído alguna vez algo más absoluto?). Finalmente, intuyo que algunos pueden estar obsesionados con negarle al cristianismo el espacio que tiene en la historia y en la conformación de las naciones. En fin, quieran lo que quieran, no tienen el derecho a ofender la fe de millones de personas en el mundo. Basta de cinismo.

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