Dióxido de cloro: bioquímica, mito y esperanza

José Manuel Rodríguez Canales
Doctor en Ciencias Sociales – Docente del Dpto. de Humanidades UCSP

Comencemos por la química. El Dióxido de cloro (Cl O2) es un desinfectante, usado entre otras cosas como blanqueador y potabilizador de agua. Aunque la lejía (Na Clo) también lo es, y se usa como blanqueador y potabilizador, identificarlo con ella es un error: la fórmula es otra y muchos otros usos no son los mismos. Sin embargo, la asociación es inevitable: el proceso de obtención del Cl O2 tiene que ver con la lejía (Na Cl) y el agua oxigenada. El Cl O2 se usa en esterilización de instrumental médico, lavar fruta o verdura, limpiar superficies, eliminar los malos olores que producen ciertas bacterias o algas, en higiene dental, etc.

Esquivemos caricaturas y burlas en este delicado asunto. El sentido común nos dice que ingerir un desinfectante no puede curar nada. Dependiendo de la concentración será tóxico o no, pero parece que no cura, es decir, no devuelve la salud al que lo ingiere. O no en sí mismo, sino por reacción. Su acción es oxidante y así elimina bacterias y demás microorganismos que generan la infección del organismo. Por eso su uso es tradicionalmente externo (se conoce desde el siglo XIX): mata los agentes patógenos fuera del organismo humano. Y, como todo desinfectante, es inespecífico: no distingue entre microorganismos buenos y malos, mata todo lo que encuentra, como un insecticida.

Primer peligro

Dependiendo del grado de concentración del compuesto, un primer peligro que aparece es que el desinfectante ingerido dañe las paredes del tracto digestivo, un segundo peligro es que elimine la necesaria flora intestinal, y un tercero tiene que ver con la eliminación de los residuos que pasan a los riñones y pueden dañar también el hígado. Obviamente si la concentración es mínima el daño es casi inexistente. El desinfectante no es un antibiótico. Si bien este segundo también elimina patógenos, está diseñado para combatir, dentro del organismo, cepas determinadas y estudiadas. Sus efectos secundarios (es decir, las consecuencias de su inevitable inespecificidad) son reducidos al mínimo posible. Esta es la información más a la mano.

Todo lo anterior podría considerarse como el efecto secundario de un tratamiento existoso si realmente ocurriera lo que los propulsores del dióxido de cloro sostienen: oxigena la sangre. Si este fenómeno es real, el tratamiento debe tomarse en serio, modelarse, probarse, implementarse y generar protocolos médicos.

¿Oxigena la sangre?

Concentrémonos en este punto crucial de la discusión. Sacudiendo prejuicios de uno y otro lado: ¿produce mejoras en la saturación de oxígeno en la sangre? Si es verdad, ¿cómo lo hace? La explicación general de sus promotores es que buena parte de las enfermedades son básicamente hipoxias, es decir, reducción de oxígeno en la sangre y las células. En relación al Covid-19, la explicación fácil es que, al entrar en el tracto digestivo, el contacto con los ácidos libera el oxígeno del compuesto que entra en el torrente sanguíneo, mientras el cloro actúa disolviendo los lípidos (grasas) que hacen que el virus se inserte en las células. Habría así un doble efecto: oxigenación de la sangre y desinfección. Suena simple, parece fácil. Pero la bioquímica es mucho más compleja y el organismo humano también. Y su equilibrio, demasiado delicado como para jugar con él.

Vamos por lo primero: ¿es posible que un gas en estado líquido liberado en el tracto digestivo pase al tejido sanguíneo? Tengamos en cuenta que toda la oxigenación de la sangre se produce por vía respiratoria. Estaríamos ante un fenómeno sumamente complejo (y sin precedentes) que de alguna manera reemplazaría la respiración por la ingesta de un líquido.

Sus defensores

Andreas Ludwig Kalcker, un químico alemán (no voy a repetir ni la tonelada de descalificaciones, ni las defensas casi religiosas que sobre él uno encuentra en las redes), es uno de los principales promotores de la ingesta del Cl O2 como terapia. En el Perú, la doctora Rita Denegri viene defendiendo el uso del Cl O2 como alternativa para paliar la falta de oxigenación de la sangre que produce el Covid 19.

No intentaré agotar los argumentos en contra, pero, si uno sigue en redes y hace un balance de la información, verá que la explicación bioquímica es bastante coherente y contradice la posibilidad de curar. Tampoco haré un elenco de los argumentos a favor, pero debo decir que todos son básicamente testimonios: desde “yo tenía artritis y me curé” hasta “mi familia la toma y nadie se ha enfermado” o “un pariente estaba desahuciado y tomando dióxido de cloro se salvó”Las muestras numéricas de cambios en la saturación de oxígeno en sangre, así como las tomas de cambios en el tejido sanguíneo que presenta la doctora Rita Denegri, ameritarían una investigación más seria, que es lo que pide ella y en general los defensores del uso terapéutico del compuesto.

En blanco y negro: la bioquímica lo contradice, los testimonios lo defienden y las pruebas sólidas no existen o no son claras.

El apasionamiento

Todo lo demás que rodea esta discusión es accesorio y se tiñe de apasionamiento. El sarcasmo y hasta la agresividad de miles de “científicos de ocasión”, que en nombre de la ciencia desprecian a “todos esos imbéciles que consumen desinfectante”, se une al rechazo de la ignorancia de la gente, que obviamente no son ellos. La andanada de objeciones no acaba y en esa bolsa cabe de todo: desde argumentos de científicos serios hasta personas crédulas de todo, (desde el aborto como terapia hasta la autodefinición emocional como fundamento de la realidad) como diría Chesterton, que en este asunto específico se alucinan adalides de la ilustración científica.

Las teorías de la conspiración, las sospechas contra el Nuevo Orden Mundial que estaría detrás de la OMS, la malévola farmacéutica mundial que defiende su negocio, etc., se levantan como respuestas aparentemente racionales pero que en realidad tampoco tocan el centro del asunto. Como en cualquier fanatismo, oponerse o cuestionar el uso del dióxido de cloro, hace que algunos de sus defensores acusen de traidores, malvados, conspiradores o cosas así a quien lo hace.

Sumémosle a todo esto la terrible indefensión en que ha quedado sobre todo la población más vulnerable ante el Covid-19 y tenemos un problema social inagotable que hay que mirar con compasión e inteligencia. Ponernos en la situación de cientos de miles de personas con familiares muriendo, nos debería llenar de comprensión. En nombre de ellos que buscan un tratamiento que les permita esquivar sistemas sanitarios colapsados, abusos delincuenciales de los que venden oxígeno, culpabilización por parte de líderes políticos incapaces de dar respuestas concretas, olvido e indiferencia, habría que zanjar de una vez esta cuestión.

Describo, no prescribo; describo, no juzgo; pregunto porque no conozco la respuesta; no divido el mundo entre cloreutas y anticloreutas: estafa y efecto placebo o cura desconocida por la ciencia, el uso del dióxido de cloro necesita por lo menos algún tipo de protocolo porque hoy por hoy parece ser la esperanza, falsa pero única, de muchas personas que no conocen otra forma de sobrevivir a la pandemia. Y eso no se arregla con ladridos y olímpicos desprecios, sino con educación, claridad y bondad.

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