Demonios, endemoniados y demonizados

Manuel Rodríguez Canales
Teólogo

La política peruana (diría toda la política, pero conozco solo la peruana y solo un poco) está infestada de demonios (hablo en sentido metafórico, por supuesto; un hombre jamás es un demonio, a lo más se comporta como tal).

La lógica diabólica en ellos es precisa como un reloj: mienten; roban; estafan; manipulan; se victimizan; dividen; eliminan enemigos sin el más mínimo remordimiento; se mueven por pasiones brutales y violentas pero moderadas por la astucia —esa caricatura sardónica de la prudencia—; su capacidad de justificarse es infinita y su manejo de la retórica, tan retorcido que es muy difícil desenredar sus discursos a la luz de la verdad, y, lo peor, si uno lograra hacerlo, la explicación terminaría siendo tan complicada que el pueblo enceguecido no la comprendería jamás porque prefiere el engaño a admitir que ha sido engañado.

También, cómo no, este escenario está lleno de endemoniados, es decir, esclavos de los demonios, seres traicioneros como hienas o sumisos como perros cuando es necesario. Casi metafísicamente cobardes, los endemoniados se alían y desmarcan según el poder del demonio de turno, se amistan y enemistan conforme cambia la trama de la tragicomedia en la que buscan medrar; como las rémoras, comen de lo que va dejando un tiburón a su paso destructor.

El más mínimo error los destruye y son descuartizados, algunas partes son usadas por los demonios y el resto, consumido por el pueblo sediento de justicia y dispuesto a exorcizar su conciencia sucia, torpe y empobrecida.

Y bueno, también, como los figurantes de este macabro drama, están los demonizados. Suelen ser personas de bien que defienden buenas causas y tratan de hacer de la política lo que en realidad debe ser, liberándola del secuestro en el que está la pobre. El problema es que hay demonios y endemoniados que usan estas mismas causas para sus pérfidos intereses y, como el pueblo distingue poco o nada, no son escasos los demonizados que terminan como muñecos de Año Nuevo.

Cosa curiosa: lo que he dicho de la política peruana se puede decir, sin cambiar nada, de la ‘política eclesial’, o, para ser más preciso, de la ‘falsa política’ que infesta la Iglesia y que no tiene nada que ver con la fe, ni la esperanza, ni la caridad.

¿Quién es quién? Busque usted, estimado lector; nadie puede suplirlo en su discernimiento. Se trata de usted en medio del campo de trigo y cizaña que el mundo y la Iglesia son desde sus inicios. La luz para distinguirlos no es meramente humana. Por eso, los cristianos jamás perdemos la esperanza.

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