¿Cuál es el valor de las humanidades?

Alonso Begazo Cáceres
Profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo

Algunos autores contemporáneos como John Dewey, Amartya Sen o Rabindranath Tagore, entre otros, buscan justificar el estudio de las humanidades a partir de los beneficios o consecuencias que estas pueden generar.

Si bien es cierto, una de las formas válidas de demostrar la razonabilidad de una acción consiste en prever sus posibles consecuencias o beneficios; creo que este enfoque nos devuelve precisamente a una de las causas por las que hemos dejado atrás a las humanidades.

La pérdida de interés en las humanidades se debe a un cambio de paradigma educativo: del cultivo integral del ser humano hemos pasado hacia un modelo funcional, orientado al mercado y regido por criterios de utilidad, eficiencia y productividad.

Por ello, esbozar una justificación de las humanidades con esta retórica, implica seguir alimentando la dinámica del rendimiento, cuestión que no nos permite romper con la lógica de la “rentabilidad” y nos mantiene en una especie de “círculo vicioso”.

En vista de ello, considero que lo primero que necesitamos hacer, para aproximarnos adecuadamente a las humanidades, es retomar una comprensión más amplia de la idea de dignidad. Y es que, en la realidad, existen cosas que por sí mismas son valiosas.

Parte del problema contemporáneo de las humanidades radica en que se ha invertido el orden entre lo instrumental y lo intrínseco. Cuando nos referimos a lo instrumental hacemos alusión a algo que debe ser considerado como un medio para conseguir otra cosa; por otro lado, lo intrínsecamente valioso merece ser apreciado por sí mismo, no como medio para ningún otro fin.

Nuestra época se caracteriza por haber suprimido del razonamiento esta última dimensión: la consideración de lo intrínseco; debido a que la cultura está marcada por una búsqueda ulterior hacia fines utilitarios. Por ello, continuar justificando las humanidades desde su funcionalidad es una reiteración del problema.

La principal razón por la que las humanidades son importantes radica en el hecho de que abordan cuestiones que son intrínsecamente valiosas. Ciertas dimensiones como la metafísica, la literatura o la belleza constituyen ejemplos de conocimientos que, en sentido estricto, no nos sirven para nada; pertenecen más al mundo del ocio intelectual, como señalaría Josef Pieper, y no al mundo de la producción.

Y es que, aquello que es más cercano a lo esencialmente humano adquiere propiedades similares a las de la dignidad que nos distingue. Mientras una determinada disciplina nos permite acceder más y mejor a lo fundamental del hombre, menos nos dirige a cosas que están fuera de él.

Por ello, estas áreas del saber resultan siendo valiosas porque son buenas, porque en sí mismas terminan siendo expresión de lo verdaderamente humano, que es valioso por naturaleza.

Quizá una estructura de razonamiento similar, en el contexto contemporáneo, se puede encontrar en la retórica de los derechos humanos. Los derechos humanos terminan siendo protegidos no porque nos permiten cosas o no, sino, principalmente, porque son expresión fundamental de lo auténticamente humano en su dimensión social, y por eso deben ser cautelados y defendidos.

Ahora bien, no es imperativo contraponer las realidades instrumentales y las intrínsecas. Podemos toparnos con realidades que pueden ser consideradas valiosas en sí mismas y, al mismo tiempo, permiten obtener efectos positivos externos. De hecho, obrar de modo razonable implica garantizar un cierto compromiso con la eficiencia.

Esto nos lleva a reconocer que, en nuestro razonamiento valorativo, consideramos tanto la bondad como la efectividad de nuestras acciones. Sin embargo, el primer intento de justificación debería pasar por identificar la bondad propia de las humanidades, aunque razonablemente esto pueda causar algunos beneficios adicionales que refuercen nuestra apreciación.

Volver a las humanidades es, en el fondo, un acto de fidelidad a lo que somos. Ellas expresan el valor intrínseco de lo humano: nuestra capacidad de contemplar, de preguntarnos, de maravillarnos. Las humanidades nos enseñan a ver más allá de lo inmediato, a vivir con profundidad y a pensar con mayor sentido. Si renunciamos a ellas, ¿qué imagen del ser humano estamos eligiendo preservar?

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