Daniel Málaga Montoya
Profesor del Departamento de Arquitectura e Ingenierías de la Construcción de la Universidad Católica San Pablo
En diciembre de este año se cumplen 25 años de la declaratoria del Centro Histórico de Arequipa como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es un momento adecuado para mirar hacia atrás y reflexionar críticamente sobre lo avanzado, con la meta de identificar aquellos aspectos que aún requieren atención en el trayecto hacia un objetivo mayor: hacer de nuestra ciudad un lugar más habitable.
Los problemas particulares que afectan a Arequipa se superponen a una problemática general propia del desarrollo actual de las ciudades, que parece ir en contra de la identidad y la memoria. La individualización, cada vez más característica de nuestras sociedades contemporáneas, justifica la idea de una ciudadanía flexible y fácilmente adaptable que rechaza todo aquello que mantiene una forma. Se pierde el contacto social y este se ve reemplazado por encuentros esporádicos o artificiales, produciéndose la pérdida de sentido del espacio urbano.
Frente a ello, la idea de ciudad permanece como la de un repositorio de identidad de las colectividades, que perdura en el tiempo, transmitiendo valores a las generaciones futuras.
Precisamente, este es el valor mas importante del patrimonio cultural en el entendimiento actual: una entidad, tangible o intangible, con la capacidad de construir memoria colectiva. En el caso del patrimonio edificado, y a diferencia de la concepción de hace algunas décadas –que lo veía como un monumento a ser preservado por sus valores históricos, artísticos o rememorativos– hoy se lo entiende en función del reconocimiento que le otorga la colectividad.
Esto significa que la construcción del patrimonio implica tanto a los objetos como a quienes atribuyen valor y significado a esos objetos: los habitantes. En el caso de los centros históricos, este significado cobra especial relevancia como escenario de la vida urbana.
El reto que se nos presenta a los habitantes de Arequipa, 25 años después, es no solo preservar y mantener nuestro patrimonio, sino también encontrar la manera de restituirlo a la sociedad para que esta se apropie de él, lo habite y lo resignifique, conforme a los cambios que la propia sociedad va experimentando.
En ese sentido, preservar nuestro centro histórico no puede limitarse únicamente a la restauración de sus hechos arquitectónicos y espacios urbanos, sino que es necesario prestar atención a las actividades, a la reutilización y cambio de uso de ciertas infraestructuras para que reviertan a la sociedad de acuerdo con las nuevas necesidades, al uso de vivienda, a la revitalización del comercio –buscando encontrar equilibrios ante la presión desmedida de la actividad comercial informal– y, de manera especialmente crítica, a los sistemas de movilidad urbana y accesibilidad. En general, asumir el centro histórico como parte componente de complejos procesos urbanos de crecimiento, transformación y revitalización.
Asimismo, no debe dejarse de lado la gestión de la actividad turística, que es un importante estímulo para la conservación del patrimonio además de constituir una fuente importante de crecimiento económico. Sin embargo, es fundamental conciliar estos intereses económicos con los de la ciudad, evitando que el casco histórico se convierta en un gran espacio comercial pensado solo para los visitantes, que pierde su razón de ser como lugar de interacción y socialización para sus propios habitantes.
Todo ello sin dejar de lado acciones que, aunque se han venido realizando, deben potenciarse, como la mejora de la infraestructura, el impulso a la actividad cultural, el fortalecimiento de las dinámicas sociales y, en casos muy puntuales, las intervenciones de renovación urbana en los sectores más degradados.
La implementación de todas estas medidas requiere instrumentos de planificación, gestión y control, como el Plan Maestro del Centro Histórico, cuya implementación dotaría a nuestra área patrimonial de un mecanismo regulador con visión integradora, como la que hemos mencionado. Lamentablemente, su aprobación no ha estado entre las prioridades de las tres últimas gestiones de la Municipalidad Provincial de Arequipa.
Quizá estas épocas festivas sean útiles para renovarnos en el compromiso de actuar como colectividad, de modo que no solo las instituciones públicas, sino también las asociaciones, las entidades culturales, la academia, los actores económicos y todos los ciudadanos decidamos cómo queremos vivir nuestro patrimonio en los años venideros; siendo conscientes de que a Arequipa se le ha reconocido un valor excepcional para la humanidad, y entendiendo que, como patrimonio, «constituye una fuente irremplazable de vida y de inspiración».