Celebraciones religiosas, tiempo propicio para educar en la fe

Jorge Pacheco Tejada
Director del Departamento de Educación – UCSP

Culminamos las festividades del Señor de los Milagros en el Perú y la Navidad de nuestro señor Jesús está cada vez más cerca. Este es un tiempo privilegiado para formar a nuestros alumnos y a nuestros hijos en la fe. Y es que, en una cultura cada vez más materialista, existe el riesgo de mal acostumbrarnos a no descubrir el aspecto trascendente del hombre.

En un discurso pronunciado por Benedicto XVI en mayo de 2012, decía: “El hombre de nuestro tiempo, rico en medios, pero no igualmente en fines, a menudo vive condicionado por un reduccionismo y un relativismo que llevan a perder el significado de las cosas; casi deslumbrado por la eficacia técnica, olvida el horizonte fundamental de la dimensión trascendente. Es importante, por tanto, que la cultura redescubra el valor del significado y el dinamismo de la trascendencia”.

Lo dicho por el Papa Emérito nos muestra la razón por la que la búsqueda de Dios resulta importante, para que el hombre no se quede en lo superficial.

La comodidad de nuestro estilo de vida moderno, la pérdida del sentido de la vida, hacen que los niños y jóvenes no descubran la importancia de la fe. De ahí la importancia histórica de devolverle a la educación su tarea central de descubrirle al ser humano el sentido de su existencia. Padres y maestros, no perdamos nunca de vista que la fe enriquece la condición humana.

Una fe que debe madurar

Pero si esta fe no se forma y no la hacemos madurar, estamos propiciando que nuestros hijos crezcan sin una configuración propia de ser humano; por el contrario, si los hacemos crecer en la fe, su vida se torna más plena, por cuanto brinda un espacio para reflexionar sobre el significado de la persona humana, su libertad, su sentido de responsabilidad y su apertura a la trascendencia.

Conforme nuestros hijos van creciendo debemos ayudarles en la búsqueda de la verdad sobre el significado de la vida humana, orientarles a resolver preguntas sobre el misterio del hombre y tener en claro lo que pretenden las diferentes tendencias culturales de esta época. Partamos siempre de la certeza de que el ser humano, por su propia naturaleza, se preguntará siempre por el sentido de la existencia.

Ayudemos a nuestros hijos a que tengan un espacio y un tiempo para interrogarse por el sentido de la existencia, a que se pregunten seriamente acerca de su propia humanidad.

Debemos estar atentos para, en el momento oportuno, hablarles de la dignidad de la vida humana, de la promoción de la justicia, de la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y de la estabilidad política; así como sobre una distribución más equitativa de los recursos del mundo, y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva mejor a la comunidad humana. De la misma forma, hay que llamar la atención sobre el sentido de la vida, la trascendencia, la idea de bien y el sentido del pecado.

El rol de padres y maestros 

Ayuda mucho esa expresión de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Como padres y maestros, de ninguna manera podemos perder ese dinamismo esencial hacia nuestra misión de educadores de la fe.

Desgraciadamente la atmósfera secularista de nuestro tiempo, muchas veces va dejando de lado la fe a ámbitos muy privados como es la familia, de modo que en los espacios públicos se vive “como si Dios no existiera”.

Los padres de familia debemos ser muy conscientes de esto y ayudar, desde nuestra propia vida familiar, a contrarrestar esa cultura impregnada de secularismo, de modo que la fe cristiana esté vivamente presente en los momentos propicios como es, por ejemplo, el ambiente religioso que se vivió con motivo de la festividad del Señor de los Milagros y, ahora, la cercanía de la Navidad.

Ojalá sea un espacio para transmitir en nuestras costumbres y tradiciones, nuestros principios de fe ricamente heredados de nuestros padres. Ojalá logremos, en la medida de la madurez intelectual, emocional y religiosa de nuestros hijos y de nuestros alumnos, que entiendan las verdades de nuestra fe cristiana, el sentido de la redención y el significado de un Dios providente, atento a nuestras necesidades y que es capaz de obrar milagros como una muestra de su amor y cercanía con nosotros.

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