Blanca y heroica ciudad

Monseñor Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

El pasado 15 de agosto celebramos el 477° aniversario de la fundación española de nuestra blanca y heroica ciudad. Son días propicios para renovar el amor por nuestra ‘patria chica’ y nuestra autocomprensión como comunidad que Dios ha querido unir en esta tierra hermosa de excelsas virtudes.

La ciudad de Arequipa forma parte del patrimonio mundial. Poco más de doscientas ciudades en todo el mundo gozan de este reconocimiento internacional y nosotros formamos parte de una de ellas.

Esto constituye un honor y una responsabilidad, porque nos corresponde no solo gozar de la belleza de nuestra ciudad, que cautiva a cuantos nos visitan, sino también la tarea de preservar lo mejor posible este patrimonio que hemos recibido gratuitamente de nuestros antepasados, de modo que podamos entregarlo también gratuitamente a las próximas generaciones.

Parte importante de este patrimonio es la plaza de Armas, cuya fisonomía y majestuosidad se fueron constituyendo a lo largo de los siglos, y conviene preservarla como testimonio de nuestra realidad histórica e identidad cultural.

Arequipa, sin embargo, no es solo un lugar geográfico o un patrimonio inmueble; es también, y sobre todo, un pueblo que desde su propia identidad ha sabido ser parte activa en la vida de nuestro Perú. La comunidad arequipeña siempre ha sido ejemplo de amor a la patria y defensa de la democracia, cuna de grandes hombres y mujeres que han aportado mucho en las distintas dimensiones de nuestra vida republicana, gracias a los principios y valores morales y cívicos que la han caracterizado.

La población de Arequipa ha aumentado en número y ha variado en su conformación a lo largo de los siglos. Hoy está compuesta por un alto porcentaje de personas que han llegado a nuestra tierra provenientes de otras partes del Perú e, incluso, del extranjero. Nuestro futuro, entonces, depende de que seamos capaces de forjarnos como comunidad, es decir de vivir en comunión entre nosotros. Comunión que no significa uniformidad, sino unidad en la diversidad, respeto mutuo, integración y búsqueda del bien común, que es el bien de todos y cada uno.

Ahora bien, la verdadera comunión, esa que es capaz de acoger al otro en su ‘otredad’ y en su particularidad, requiere de algo o alguien que nos una. En el caso de Arequipa, lo que siempre nos ha caracterizado y ha sido elemento fundamental en nuestra unidad, es la fe compartida. No en vano nuestra ciudad se fundó un 15 de agosto, día en que la Iglesia católica celebra la fiesta de la Asunción de la Virgen María al Cielo.

María, Madre de Jesús y Madre nuestra, como toda buena madre, ha cuidado siempre de nosotros y ha hecho cuanto está a su alcance para que nosotros, sus hijos, vivamos unidos y en comunión. Recurramos a ella, a quien ahora conocemos más en su advocación de nuestra Mamita de Chapi, para que no nos dejemos arrastrar por el individualismo y el materialismo ‘inmanentista’ que propugnan ciertas corrientes ideológicas, sino que, por el contrario, sepamos mantener y transmitir a las siguientes generaciones esas virtudes cristianas que hicieron posible que Arequipa fuera calificada como la Roma del Perú.

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