Albergue Chaves de la Rosa

Monseñor Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

Después de un tiempo he vuelto a visitar el Centro de Atención Residencial–Albergue Chaves de la Rosa, una de las entidades benéficas más antiguas de nuestra ciudad. Fue fundada el 24 de octubre de 1788 por el entonces obispo de Arequipa, monseñor Pedro José Chaves de la Rosa Galván, quien antes de ser designado para ese cargo desempeñó importantes oficios eclesiásticos en Cádiz, su diócesis de origen.

Al ver la situación de abandono en que se encontraban muchos niños, nuestro ilustre prelado decidió desprenderse de sus bienes y, obtenido el permiso civil y eclesiástico correspondiente, instaló el albergue que perdura hasta nuestros días.

Inicialmente, el albergue fue atendido por personal civil y voluntarios católicos, hasta que en el año 1871 fue confiado a las religiosas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quienes lo tuvieron a su cargo durante un siglo. En 1971 pasó a ser regentado por la Sociedad de Beneficencia Pública de Arequipa.

Durante sus 229 años de existencia, el albergue Chaves de la Rosa ha acogido a miles de niños, de los que no pocos llegaron a ser conocidos profesionales y algunos, sacerdotes. Destaca don Teodoro Chaves de la Rosa, quien fue presidente del Consejo de Ministros durante el gobierno de Mariano Prado.

El que don Teodoro llevara el apellido Chaves de la Rosa se debe a que, hasta la actualidad, es tradición del albergue que cuando no se conoce los apellidos del niño se le bautice con el apellido del fundador. Aun hoy, alguno de los 73 niños albergados lleva ese apellido.

Unos niños llegan al albergue a los pocos días de nacidos y otros cuando están más grandecitos, siempre a través de los canales legales correspondientes. Por ahora se les acoge hasta los catorce años de edad, pero está previsto extender ese límite hasta los dieciocho años.

En mi reciente visita, he podido constatar, una vez más, las continuas mejoras que la actual administración de la Beneficencia Pública de Arequipa hace en el albergue, así como el cariño y la delicadeza con que las personas que ahí trabajan o hacen voluntariado cuidan a los niños, brindándoles una formación humana integral con valores cristianos y un método educativo moderno.

La infraestructura está bastante bien cuidada, los ambientes son muy limpios y acogedores. He visto a los niños contentos, alegres y cariñosos, lo cual pone de manifiesto que, pese a las limitaciones de no vivir en un hogar propiamente dicho, se sienten en familia. Los niños mayores ayudan a los más pequeños.

Todo esto me ha causado enorme alegría, pero lo más bello de mi visita ha sido experimentar la presencia de Dios en esos niños y en los ancianos del albergue El Buen Jesús, también regentado por la Beneficencia Pública de Arequipa, que estuvieron presentes en la visita.

Como bien dice el Papa Francisco, abrazar a nuestros hermanos más pobres y vulnerables es abrazar a Cristo, tocar la carne de Cristo. No en vano dijo Jesús: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

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