A quince años del 11S

César Félix Sánchez Martínez
Filósofo

Mucho se escribió sobre el supuesto ‘fin de la historia’ cantado por el sinuoso japonés-americano Francis Fukuyama a inicios de la década de los 90. Como toda idea popularizada, lo que su autor quiso decir es ciertamente distinto a lo que se comprende urbi et orbi.

Sea lo que fuere, lo cierto es que el guante fue recogido por algunos descendientes espurios de Hegel, los viejos marxistas, especialmente los latinoamericanos. Todavía era muy bien visto, especialmente entre los progres de provincias, observar a cualesquiera figura mediática en boga de aquella década como el heraldo del retorno de la historia (pero por un ratito, no más), así teníamos al subcomandante Marcos (personaje cuyos quince minutos de fama, vía MTV y CNN, contrastan con su radical ‘afantasmamiento’), a los anónimos anarquistas bochincheros de Seattle en 1999 y hasta al olvidado y olvidable francés José Bové.

Pero para mala suerte suya, el que rompió la calma chicha fue nada más ni nada menos que un ‘enturbantado’ magnate árabe, habitante clandestino de un estado fallido sacado del siglo VII, y líder de una misteriosa red terrorista que se llamaba precisamente Al Qaeda, ‘la red’.

¿Cómo está el mundo después del 11 de septiembre del 2001? Lo más moderado que podría decirse es irreconocible. Los cristianos del Medio Oriente, con excepción del Líbano, casi han desaparecido. Siria, que en el 2000, de la mano del joven Bashar Al Assad, conocía la llamada ‘primavera de Damasco’ y era uno de los países de la región en paz y en franco progreso, es ahora una viva imagen del infierno.

La presidencia de Estados Unidos está disputándose entre la mujer de Bill Clinton (¡sí!, ¡aunque parezca increíble!) y la estrella de un antiguo reality show. Siendo la mujer de Clinton peor que Clinton (cosa que ya es un decir) y que el extravagante personaje de The Apprentice.

Durante ese periodo, muchas de las capitales europeas han sido víctimas de atentados espectaculares: sea por el viejo y misterioso Al Qaeda; o sea por el nuevo y aún más misterioso ISIS, que pasó de ser un ‘grupo más’ a controlar territorio, restaurar el Califato y lanzar sorprendentes ofensivas que lo llevaron a tener una división blindada, una artillería y a sitiar Bagdad en el 2014.

La política europea —debido en gran parte a la exacerbación de las tensiones étnicas, de la crisis económica sorpresiva e implacable y a la sobreintoxicación de reingeniería social progre— vira hacia la derecha, pero hacia una derecha que ayer no era más que un cautionary tale de ‘radicales’ satanizados.

El viejo Jean Marie Le Pen, que se coló entre los palos en la segunda vuelta de la elección francesa del 2002, fue un heraldo de una alarma que ahora muchos escuchan, incluso en la emasculada Alemania. En Polonia, sorprendentemente, la izquierda ha sido absolutamente borrada del mapa electoral y los políticos nacional–católicos monopolizan la representación política.

Paralelamente otro socavamiento ocurría. El 2001 fue el año en que se reconoció por primera vez el llamado ‘matrimonio igualitario’ en Holanda. Quince años después, esta inédita institución jurídica ha sentado sus reales en América del Norte, en México y en los países mayores de Sudamérica (Colombia, Brasil y Argentina).

El último estertor de la decadencia de Occidente, representado por estas tendencias ‘de género’ y el aborto, su compañero inseparable, parece ser que viene con un último impulso de fuerza proporcional a su futuro agotamiento y miseria moral presente. Una masa crítica de hombres–masa premunidos de smartphones y toda clase de telebasura y pornografía a tutiplén les sirven de caja de resonancia.

¿Qué pasará dentro de 15 años? Si las tendencias actuales se mantienen, pues lo más probable es que, luego de beber del cáliz desacralizador y revolucionario hasta las heces, los países europeos conocerán una suerte de retorno a alguna suerte de identidad iliberal. Pero no hay que confiarnos, los ‘analistas de tendencias’ el 10 de septiembre del 2001 seguramente creían que la gloriosa globalización marcharía sin intermitencias.

A guisa de conclusión, repetiré una frase de las Veladas de San Petersburgo del conde José de Maistre, referida a la imposibilidad de que el hombre permanezca en un estado de anomia y desacralización: “Debemos aprestarnos para un acontecimiento inmenso en el orden divino, hacia el cual marchamos con una tan acelerada velocidad que sorprenderá a todos los observadores. Temibles oráculos ya anuncian que los tiempos han llegado”.

Salir de la versión móvil